Capítulo 27

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Después de llegar a Miami, cogí el primer avión que iba hacia Barbados. Allí alquilé una casa de lujo con el dinero que tenía en la cuenta, ahorrado en su mayoría gracias a Batman y a mi empresa. Poco me importaba lo que ocurriese con ella: me gustaba mi nueva vida.

La isla era un lugar ideal para olvidar y ser olvidado. Había muchas cosas que necesitaba perdonarme a mi mismo, y para eso iba a necesitar tiempo. En un principio pensé que me aburriría, pero por primera vez sentía una tranquilidad real, y esta nueva vida sosegada sin deberes ni obligaciones me permitía reflexionar.

Pasaba horas en la pequeña playa a la que sólo se podía acceder por mi jardín. Estaba rodeada de plantas caribeñas y sus aguas eran imposiblemente cristalinas. Nadaba todo lo que quería y más, y después me tumbaba en la arena a tomar el sol. Ya no recordaba un tono de piel que no fuera el tostado.

Llevaba un año y medio en aquel oasis. Sabía que no podría quedarme allí para siempre, en algún momento me empezaría a aburrir, pero mientras tanto intenté disfrutarlo.

No había vuelto a tocar un traje. En realidad, no usaba mucho más que bañadores. Sólo por la noche me vestía algo cómodo para dormir. Hacía tanto calor que se dormía muy bien en la hamaca del porche, con una pierna colgando y el brazo a modo de almohada. Sólo había tenido algunos problemas al principio, cuando no lograba encontrar un buen repelente de mosquitos.

Echaba de menos mis cosas (había tenido que dejar todas mis pertenencias en Edimburgo), sobre todo mi violonchelo, y también me acordaba mucho de Prim, de Alice y de mis padres y me preguntaba cómo sería el hijo de mi hermano. Lamentaba la forma en la que había terminado todo.

Olvidar y ser olvidado. Me lo repetía varias veces al día. Era una persona destructiva, cuanto más lejos de lo que quería, mejor.

Aquel día estaba en la playa, como de costumbre, en la toalla, con unas gafas de sol y un sombrerito de paja cubriéndome la cabeza. Ella caminó hasta mí en silencio y yo no me di cuenta.

- Hola, Marcel.

Aparté el sombrero de un manotazo, asustado. No me esperaba compañía. Del susto, se me habían caído las gafas, y mis ojos tardaron un poco en adaptarse a la luz y reconocer a la chica que tenía ante mí.

- ¿Alice? - pregunté, con los ojos todavía medio cocidos.

Ella se rio:

- Hola.

Sujetaba a un niño en los brazos y llevaba un vestido fino blanco. Además, se había hecho una trenza para soportar el calor. Estaba muy guapa. Su cuerpo había recuperado una forma preciosa. A ella también le parecía molestar la luz en sus ojos verdes y se le estaban quemando los hombros por el sol.

Sonreí.

Ella posó al niño en la arena y se sentó a mi lado.

- ¿Es el...? - lo señalé.

Ella asintió.

- ¿Puedo cogerlo?

- Claro, es tu hijo. - se rio.

Fruncí el ceño, sin comprenderla, lo que la hizo reír más.

- Sí, esa fue mi cara. Pensé que lo habías hecho a propósito.

- ¿El qué? - dije levantando al niño.

- Cuando recogí los papeles de Arnaud, tú figurabas como su padre. Pregunté en el hospital, y me dijeron que ese era el nombre que les habías dado. Elliot no tenía pinta de ir a aparecer, así que lo dejé como estaba. Pensé... Creí que lo habías hecho a propósito, que era una señal de que querías que te buscase. Pero por tu cara parece que no, que sólo fue un despiste.

Sonrió y le acarició la cabeza al pequeño Arnaud.

- Tus padres vinieron desde Bélgica a ayudarme. No sé qué habría hecho sin ellos aquellos días. Al principio, no entendía nada de lo que decían, pero ahora sé hablar francés. - sonrió y después agachó la cabeza, triste - Elliot... No sabemos nada de él. Parece que esta es la definitiva.

Aparté la vista a un lado. Ahora que por fin había empezado a aceptar lo ocurrido, los recuerdos surgían de nuevo.

El pequeño Arnaud se puso en pie e intentó caminar, pero cayó sobre la arena. Se parecía mucho a mi hermano, pero tenía los ojos verdes de Alice.

- Prim está en la cárcel. - parecía un poco asustada de tener que decírmelo.

- Ya lo sé.

- Tuve que insistir mucho para que me dijera donde estabas. Ya ves, hasta ahora. Me encargó que te informase de la situación.

- Adelante entonces.

Llevaba un año sin ordenador ni teléfono, más que nada por seguridad. La única vez que me relacionaba con el exterior era cuando iba al ultramarinos, donde había una pequeña televisión que se veía a ratos. La mía, simplemente no la encendía. No quería saber nada de lo que había dejado atrás.

- Willow murió el primer día en un tiroteo.

Yo ya me lo suponía, pero aún así me dolió que mis sospechas se confirmasen. Asentí para que ella continuase.

- Axel logró escapar, y me parece que se dedica a atormentar a Kevin.

Eso sí que no me lo esperaba. Axel era mucho más listo de lo que aparentaba.

- ¿Y Elisabeth y Jerry? - pregunté.

- En la cárcel también. Bueno, Elisabeth. Jerry está libre. Y... ¿Ernest?

- Sí.

- Sufrió un infarto hace dos semanas. Murió en la cárcel.

- Vaya...

- Prim me dejó otro mensaje para tí. Pero ese no te lo voy a dar.

- ¿Por qué?

- Porque yo tengo uno propio.

Se acercó a mí y me besó en los labios. Ya no recordaba aquella sensación de aleteo en el pecho tras tanto tiempo de reposo.

- Alice...

- Cómo me digas que "esto no está bien" te pego. - se rio.

- No, no es eso.

- ¿Entonces?

Lo había estado cavilando todas aquellas semanas y ahora, la idea estaba en su punto álgido. Acabaría mal, como todo lo que yo organizaba, pero no era capaz de ignorar a mi mente cuando tenía una revelación. Estaba seguro de que alguien acabaría en la cárcel, de que provocaría sufrimiento, y siempre estaba la posibilidad de que alguien muriese o resultase herido pero no podía evitarlo: la idea estaba ahí, y no podía darle la espalda.

- Tengo un plan.

Los crímenes de Marcel PeetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora