Prólogo.

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Prólogo.

—Sí, mamá —digo subiendo las escaleras que llevan a mi piso—. Ya me hice los exámenes, estoy totalmente sana.

—Sabes que me preocupo.

—Lo sé, no te lo crítico o juzgo.

—De acuerdo, ¿vendrás esta noche?

—Estoy cansada —contesto—. Mañana, tal vez.

—Está bien, cariño, hablamos luego. Saludos a Callum.

—Adiós, mamá.

Estoy segura que ahora irá con mi hermana Adara para hacer sus exámenes médicos, quizá después de llamar a mi hermano mayor para recordarle que aunque esté en Londres debe hacer sus exámenes. Mamá siempre quiere asegurarse que no tenemos ninguna enfermedad genética, dado que mi abuelo padece Talasemia prefiere estar alerta.

Termino de subir los escalones y camino hacia el apartamento que comparto con mi novio desde hace dos años. Cierro la puerta y dejo mi bolso a un lado, camino en medio del silencio hasta el balcón donde lo encuentro.

Callum y yo hemos sido novios por tres años, desde la universidad. Es el mejor apoyo que he tenido en mi vida, a parte de mis padres y hermanos. En los últimos años no recuerdo algún momento crítico en el que él no estuviese, siempre ha estado.

Ahora se encuentra apoyado en el barandal, solo puedo ver su cabello marrón y la camisa azul que se ajusta a sus brazos, no es musculoso pero tiene su musculatura tonificada. Sé que sus ojos grises están entrecerrados, y que sus cejas están levemente unidas; siempre tiene la misma expresión cuando ve al horizonte.

Sonrío, me acerco y lo abrazo desde atrás. —¡Volviste!

Me observa por encima de su hombro y me regala una sonrisa apretada antes de volver al frente.

—¿Cómo te fue?

—Bien —contesto, apoyo mi mejilla en su espalda—. ¿Cuándo llegaste?

—Hace una hora.

—Detesto cuando tienes que viajar —suspiro; es chef, pero cada tanto una línea de cruceros lo contrata, por lo tanto al menos una vez al mes tengo el apartamento solo—. Me alegra que ya estés aquí, te eché de menos.

Espero que me conteste, que me diga que también me extrañó, pero no lo hace. Noto cuan tenso está, y que sus manos se aprietan alrededor del metal de la baranda.

—¿Qué pasa, Cal? —pregunto separándome, tomo su rostro y hago que me observe—. ¿Qué va mal?

Él suspira. —Debo decirte algo.

—Maldita sea —mascullo, cruzo mis brazos—. ¿Debes viajar otra vez, no?

No espero que responda, entro de nuevo al departamento con él detrás.

—Puedo soportar una semana, ¿pero dos seguidas?

Ya ha pasado antes, dos semanas sola en este departamento, a veces con la compañía de mi hermana menor Adara. Sin embargo, eso no quiere decir que no lo extrañe. No es lo mismo.

—Alannah...

—¿Cuándo dejarás ese trabajo? —inquiero—. Dijiste que no durarías mucho en él, que solo era de momento. ¡Y ni siquiera te gusta en serio!

—No es de eso de lo que debemos hablar.

Frunzo el ceño. —¿Sobre qué entonces?

Veo que traga grueso, una de su mano acaricia la nuca de manera nerviosa. De pronto comienza a caminar de un lado a otro mientras se frota las manos, espero en silencio sin presionarlo aunque la curiosidad e incertidumbre me esté carcomiendo desde dentro hacia afuera.

A Través de un Corazón Roto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora