Capítulo 28.

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Capítulo 28.

No puedo creerme que Declan McGowan, el mismo hombre reservado y centrado al que estoy acostumbrada, le guste acurrucarse.

Desperté por la extrema calidez y el peso que sentía. Declan tiene el rostro en mi pecho, una de sus manos me rodea la cintura y y un poco más abajo está su pierna flexionada encima. Aunque no es que me quede atrás, mis brazos descansan en su espalda por lo tanto luce como un abrazo. Apenas puedo moverme y necesito con urgencia el baño.

—Chist, Declan —Lo muevo un poco, él gimotea—. Declan, levántate si quieres tu cama seca.

Nada aún; solo murmura y ni siquiera son palabras. No sé cómo su espalda no duele cuando sigue en esta posición, casi está hecho un ovillo encima de mí.

—Declaaan —Lo sacudo—. Necesito ir al baño.

—Uhmm —murmura al tiempo que restriega su rostro entre mis senos. Joder.

—Maldito, no es momento de calentarme, ¡que me orino, hombre!

Finalmente alza la cabeza y me observa, tiene los ojos hinchados y el cabello desaliñado pero no le quita el atractivo aun así. Arruga la nariz y luego sacude la cabeza provocando que siga restregándose en mi pecho, rápidamente se aleja para mirarnos a ambos y analizar la situación.

—Discúlpate después, necesito el baño.

Él asiente y se aleja, yo voy corriendo al baño. Literalmente suspiro cuando me siento en el inodoro. Luego me lavo el rostro y enjuago mi boca solo con agua, después de ello salgo.

Declan está sentado en la cama, estirándose, el sueño aún se acentúa en sus facciones. Bosteza.

—Lo lamento —dice—. Si sirve de algo, eres cómoda.

—Me alegra ser una buena almohada —contesto con diversión—. ¿Qué hora es?

—Las ocho y cuarto —responde tras ver su celular, abro mis ojos—. Ha pasado toda la mañana lloviendo.

—¿Cómo sabes? Yo te vi en el quito sueño.

—Me levanté para levantar a los niños para el colegio, como llovía les dije que no irían a clase hoy.

Asiento con la cabeza, bostezo y me estiro. Aún estoy algo adormilada.

—¿Te importa si me doy una ducha antes de irme?

—Adelante, y puedes quedarte cuando tiempo quieras —asegura levantándose, camina al armario y me lanza una toalla—. ¿Quieres un cambio de muda?

—Otra camisa me iría bien. ¿Y por casualidad no tienes unas bragas por ahí escondidas?

—Lo lamento, mi moda son los bóxer —se encoge de hombros con gracia, saca una camiseta de cuadros grises—. ¿Qué tal esto? Casi no lo uso, es imposible que los niños lo reconozcan.

—Servirá.

—Iré a preparar el desayuno —anuncia antes de salir.

Lo cierto es que me tomo mi tiempo en el baño, y aunque quisiera gozar de la tina que parece llamarme a gritos, uso la regadera.

Tras largos minutos salgo, me coloco la camiseta que termina luciendo uno de esos vestidos anchos que llega unos centímetros antes de las rodillas así que decido usarlo como tal y no me coloco los vaqueros.

Vuelvo a la habitación para calzarme las zapatillas, doblo mis prendas y las dejo en la cama. Cuando abro la puerta primero asomo la cabeza, sin embargo solo está Macbride. Está frente la tv, con la camisa de la pijama y bóxer solamente, puedo ver que tiene una mano cerca de su boca mientras la otra estirada hacia arriba.

A Través de un Corazón Roto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora