Capítulo 21. La apuesta.

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- ¿No serás tú... Natalia Lacunza, no? -saludó Marta nada más verla aparecer. 

- Disculpa, ¿te conozco? -siguió la broma la cantante. 


Ambas se sonrieron con cariño, se chocaron los puños y Natalia se recostó, como siempre, en la mesa de la recepcionista. 


- ¿Cómo va la vida sin la escayola? 

- La vida mejor, Martuka. ¿Estás preparada para darlo todo esta noche? -hizo un movimiento con los brazos y la cadera a modo de perreo que no le pegaba nada. 

- Siento comunicarte que no vas a poder seguirnos el ritmo, joven padawan. Nuestros estómagos están hechos de la misma pasta que la de los estibadores rusos. 

- Bueno, yo seguro que doblo a la primera de cambio, pero con María y con África lo vais a tener jodido. Son invencibles. 

- Oye, tú tampoco lo haces mal. El otro día soportaste las rondas de cervezas como una campeona. Pensaba que eras más flojita, Lacunza. Te respeto -levantó el pulgar con solemnidad y Natalia rió. 

- Entonces..., ¿me porté bien? -preguntó ahora sí, con cierta timidez. Ya tardaba

- Estás a un par de quedadas más de que te metamos al grupo de WhatsApp. No sé por qué estabas tan nerviosa si molas un puñao'. Te vendes muy mal -le reprochó. 

- No me ilusiones con lo del grupo, Marta, que tengo el corazón blandito y me lo rompes -puso un puchero. 

- Más mona y explotas, tía. 

- Sí, muy mona y todo lo que tú quieras, pero esta noche... ¡yo lo que quiero es perreo! -cantó la canción de Bad Bunny y se puso a bailar como antes, flexionando un poco las rodillas y moviendo el culo arriba y abajo. 


Marta se puso una mano en la boca para ocultar su risa escandalosa y miró algo por encima del hombro de Natalia. No necesitó girarse para saber quién estaba detrás. Mierda

Se volvió a poner recta con toda la dignidad de que fue capaz, con la cara muy seria y muy colorada. Lentamente se dio la vuelta para encararse, efectivamente, con Alba Reche, que levantaba poco a poco la vista hasta su cara, con una ceja tan elevada que se perdía entre su flequillo y mordiéndose los labios para no reír. 


- Me estabas mirando el culo, Reche -se indignó Natalia, intentando sacar orgullo de donde no había. 

- No, perdona, él me estaba mirando a mí. 


Natalia se puso una mano en la cara de puro bochorno y, cuando escuchó a las otras dos romper en carcajadas, las acompañó, liberando un poco de esa tensión que le había invadido. 


- Perdona, Alba, no está bien hacer eso en tu recepción -parecía una niña pequeña aguantando la bronca de su madre. 

- No pasa nada, mujer, que esto no es una biblioteca -le quitó importancia la rubia, que estaba encantada con el espectáculo que había presenciado. Madre mía cómo mueve esta persona las caderas... Ay, que me da la tos. 

- Estábamos hablando de esta noche y se nos ha venido arriba la niña -aquí estaba el cable de Marta. 

- Anda, tira, reguetonera -se rió Alba mientras caminaba hacia el pasillo. 


Natalia se despidió de Marta, que seguía roja de risa, y fue detrás con más vergüenza que otra cosa. Menuda pillada

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora