Capítulo 13. Punto de contacto.

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La fisio hizo comida como para una boda, necesitaba llenar el hueco que tenía en el estómago y recomponerse un poco para la tarde. Necesitaba estar al 100% y se arrepintió de haberse pasado la noche anterior. Puso el despertador y se echó una siesta de dos horas, por lo que cuando se levantó y se dio una ducha parecía una persona nueva. 

Natalia apenas pudo comer, y no digamos dormir, de los nervios. Ya sabemos que no era una persona con facilidad social, por lo que se entiende perfectamente su estado inquieto. Una hora antes de la hora establecida ya estaba lista, sentada en el sofá, mirando el reloj cada dos minutos y fumando demasiado para aplacar la ansiedad. 

Alba enfiló la calle Fuencarral y, llegando a la altura de la Gran Vía, la vio apoyada contra la pared, fumando. Llevaba un pantalón negro pitillo que dejaba sus tobillos al aire, un suéter fino de manga larga, que llevaba remangada, de color blanco y cuello de pico y unas All Star del mismo color. El pelo suelto tirado hacia un lado, los labios granates y unas gafas de sol negras de forma triangular. La madre que me parió. Estaba acostumbrada a verla en chándal y casi sin maquillar, por lo que contemplarla en todo su esplendor, con esa camiseta que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel y aquellos pantalones que delineaban las líneas de sus piernas eternas, hizo que se parara en mitad de la calle casi sin parpadear. Esta sí que parece Natalia Lacunza, me vuelvo a mi casa, pensó respirando hondo y reanudando el camino que le conducía hasta ella. 

- Hola -dijo con más timidez de la que pretendía mientras se levantaba las gafas de sol para saludarle. No supo muy bien cómo hacerlo, ¿tenía que darle dos besos, un apretón de manos o con un movimiento de la cabeza valía? 

- Hola -contestó Lacunza elevando las cejas con su media sonrisa habitual y retirándose, a su vez, las gafas de sol. 

Natalia tampoco tenía claro cómo proceder, así que hizo lo que veía hacer a todo el mundo: se acercó a ella y le plantó un beso en cada mejilla. Lo hizo rápido, muerta de la vergüenza ya que era la primera vez que lo hacían, pero aún así su olor se le incrustó en el cerebro. Huele a sorbete de limón. Se apartó nuevamente y se colocó las gafas. Estaba mucho más segura parapetada tras ellas, pues al mirarla directamente se sentía como si estuviera recibiendo a un miura a pecho descubierto. 

Alba Reche brillaba más que el mismo sol, y se alegró de volver a tener puestas las gafas: le estaba deslumbrando. Llevaba el pelo recogido en un diminuto moño y el flequillo apartado de la cara con una bandana. El maquillaje perfecto, los labios rojos, gafas de sol cuadradas y unos aros que casi le tocaban los hombros. La rubia se dirigió con una sonrisa, con aquella maldita sonrisa suya, hacia la amplia avenida para llamar a un taxi, y Natalia, tres pasos por detrás, se fijó en su atuendo. Llevaba un jersey negro de mangas anchas, unos vaqueros ajustados que le hacían un culo espectacular y unas zapatillas blancas. Tenía razón María, es más bonito su culo que mi cara. Sonrió por su ocurrencia y no borró la sonrisa cuando la fisio se giró a mirarla. 

- ¿Qué pasa? -preguntó frunciendo el ceño y sonriendo a la vez, ligeramente insegura. 

- Nada, que es la primera vez que nos vemos en la calle. Me ha hecho gracia -contestó la morena encogiéndose de hombros y guardándose la mitad de la verdad para sí. 

- Ya era hora de que me vieras sin ese maldito uniforme. 


Natalia alzó una ceja que salió asomando por encima de las gafas y Alba se puso roja. 


- Me refiero a que me vieras con otra ropa diferente, no desnuda. No quería decir que...

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora