Unos vaqueros ajustados, una camiseta negra del merchandising de la primera gira de Lacunza y las zapatillas con plataforma que tanto le gustaban, ojos negros y el pelo alborotado, como si se dispusiera a ir a un concierto de rock duro y no al de, pongamos por caso, la intensa y sensible de su chica.
Natalia llevaba toda la tarde mandándole audios histéricos y emocionados, a caballo entre el ataque de nervios y las puras ganas de volver al hogar que suponía para ella lo alto de un escenario. Vibraba ella y el aire que la rodeaba, y se daba cuenta de lo indispensable que era para ella aquella parte de su vida. Estaba en un estado de efervescencia tenso que era contagioso, y ya dudaba de quién estaba más ansiosa de las dos.
Ahora que conocía bien a Lacunza le sorprendía su dualidad, pues nadie diría, después de conocerla tan profundamente en persona, que aquella tímida y vergonzosa muchacha que se arrugaba cuando tenía que pedir una ronda se moviera con tanta seguridad y desenvoltura frente a miles de personas que habían pagado por verla cantar. No dejaba de fascinarse con Natalia ningún día, qué barbaridad.
Era el momento y lo sabía, el momento de conectar de una vez a la Natalia artista y a la de andar por casa, a la loca que se sentaba en el borde del escenario con su sonrisa seductora y la guitarra sobre las rodillas y a la miniatura que llamó con inseguridad a la puerta de su despacho con un brazo en cabestrillo y un café en cada mano. Sonrió ante el recuerdo. Ese día vería a la pequeña Lacunza hacerse gigante ante sus ojos. Puro espectáculo.
- Tata, ve bajando que estamos llegando.
- Ya voy.
Colgó y salió despedida a acariciar a Queen, cogió su riñonera roja, que Natalia siempre decía que parecía una mochila por lo grande que quedaba en su menudo cuerpo, las llaves y se marchó del piso con la sensación de que la que iba a cantar sería ella.
- ¡ALBA, ESTOY ATACADA! -gritó su hermana nada más entrar en el taxi.
- ¡MINI, YO TAMBIÉN! -se cogieron de las manos y empezaron a botar en el asiento con una risita estúpida y los ojos más brillantes de todo Madrid.
- ¿Voy bien? -preguntó la Rafi cuando terminó su arrebato fangirl.
- Natalia tenía razón: el cuero te sienta fenomenal.
- Menudo culazo, Rafi -asintió Marina.
- ¿Cómo estás, hija? -su madre le puso el pelo tras la oreja para poder ver mejor su expresión y contestarse ella misma a su pregunta.
- Estoy de los PUTOS NERVIOS.
- Te voy a consentir ese lenguaje porque yo también estoy nerviosa, así que no me quiero imaginar cómo estás tú.
- ¿Cómo lo lleva Natalia?
- Ha estado muy insegura -puso cara de sobrada-. Ya sabéis, no es fácil cantar canciones tristes cuando eres feliz -les guiñó un ojo y las dos acompañantes rodaron los ojos.
- Creída de mierda -resopló su hermana.
- No, en serio, ha estado muy cagada, pero ha encontrado un punto del que partir, así que ya está más tranquila. Han sido unas semanas duras -tragó saliva. Algo amargo le había invadido el paladar.
- Nunca hubiera pensado en el viaje emocional que tienen que hacer los cantantes -reflexionó la Rafi en voz alta.
- Ni yo -asintió Marina-. Después de tantos años de profesión y con una carrera hecha yo creía que simplemente se subían ahí como el que come pipas.
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La sala de los menesteres
FanficAlba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famosa cantante. La primera es pura luz, en el más amplio sentido de la palabra. La pena y la tristeza alimentan el alma de la segunda, sacando...