Capítulo 76. El frío.

27.5K 1.2K 1.2K
                                    

- ¡HOSTIAS! -se llevó el guante a la cara y se la acarició para paliar el dolor. 

- Perdona, tía, se me ha ido -se acercó a ella con una cara de preocupación que hizo reír a la chica. 

- Te perdono si me cuentas qué te pasa, porque vaya tarde me estás dando. 


Alba se quitó los guantes, cogió su botella de agua y bebió, intentando relajarse. No estaba de humor. 


- La imbécil de mi ex -bufó, esperando que el timbre volviera a sonar para reanudar el entrenamiento. 

- ¿Qué te ha hecho? -abrió los ojos, esperando algo grande. 

- Pues mira, que teníamos una lista de spotify conjunta donde íbamos metiendo canciones que... -se calló de golpe, avergonzada por lo ñoño que le parecía lo que le iba a contar-. Bueno, una lista. Yo pensaba que no se acordaba de ella, y ahora, después de tres meses, va la gilipollas y mete una canción nueva. 

- ¿Una canción de vete a tomar por culo? 

- No -no dio más detalles-. El caso es que yo he seguido usando esa lista y añadiendo canciones, y la cabrona seguro que lo ha estado viendo todo desde el principio, sin decir ni mu -sonó el timbre y puso las manos en alto para que Paula empezara a golpearlas. 

- ¿Y qué pasa? -no entendía tanto drama. 

- ¡¿Cómo que qué pasa?! ¡Pues que se ha estado burlando de mí durante meses! 

- Le estás dando importancia a una tontería, Alba. ¿Era bonita la canción? 

- Me cago en la canción, joder. 


Un temita de Nacho Vegas y Christina Rosenvinge, esa había sido la nueva adquisición. 



Lo cierto era que la canción le había hecho gracia, parecía una buena descripción de las dos. Incluso había soltado una risotada en la parte que decía "si lo hacemos, tonto mío, pues hagámoslo como es debido", "¿y cómo es eso?", pregunté, y tú me dijiste "justamente así, no". Obviamente, el tonto era Lacunza. 

Lo que le había puesto de un humor de perros era que hiciera uso de su lista a esas alturas, que hubiera estado espiando todo ese tiempo sin hacer acto de presencia, sin alertarle de que andaba escondida entre la maleza con un catalejo de pirata. Eso estaba feo, estaba muy feo. 

Se sentía desnuda, descubierta. Había ido metiendo allí, aún, todas las canciones que seguían uniéndolas en la distancia, por triste que pareciera. Aquello era como un diario que calibraba cómo había ido y cómo iba su relación, aunque ya fuera inexistente. Una se paraba a mirarla de arriba hasta abajo e iba viendo cómo se degradaba, cómo de canciones de fiesta y petardeo habían ido pasado al indie más intenso y las baladas destroza-estabilidades-emocionales. 

Era su cosa, joder, de ambas, de acuerdo, pero suya. 


- La verdad es que la canción es una risa. Una risa de querer morirte, pero una risa. 

- ¿Entonces? 

- Paula, me cago en la puta, concéntrate -volvió a amagar para que se agachase y sonó el timbre de nuevo para darles un minuto de descanso-. El problema está en que ha ultrajado nuestra lista. Es mía ya. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora