Capítulo 65. Mucha mierda.

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Estaba encendiendo su ordenador cuando Alba pasó por la recepción como alma en pena. Apenas le hizo un gesto con la cabeza y le dedicó una sonrisa mustia. Si algo esperaba esa semana era a su jefa dando saltitos como una loca por tener de nuevo a su churri en la ciudad, no aquella procesión de la Dolorosa que acababa de presenciar. 

Lío en la casa del amor

No salió en toda la mañana a recibir a ninguno de sus pacientes, los hacía pasar a través del intercomunicador. 

Es grave el tema

Estuvo tentada de escribir a la Mari para ver si ella sabía algo, pero prefirió dejarlo entre ellas. Bastante cotilleaban ya a sus espaldas como para hacer un espectáculo del drama que parecían llevar encima. 

A las dos esperó que la rubia fuera a buscarla para comer, pero no apareció. 

Eso sí que no

Fue a su despacho y llamó a la puerta con paciencia. No encontró respuesta. Volvió a intentarlo. 


- Qué. 

- A comer -dijo a través de la puerta. 

- No tengo hambre, Marta. 

- Voy a entrar. 


Y entró. Como el que pone el intermitente cuando ya se está metiendo en el carril. Pa na. 


- Alba, no vas a estar todo el día sin comer, así que mueve ese culazo que dios te ha dado. 


Su jefa tenía la misma cara que un médico saliendo de guardia. O sea, mal. Estaba tirada en la camilla que tenía en su despacho con la cabeza metida en el agujero, boca abajo. Fue hacia ella y tiró de su brazo. 


- Vamos. 


Alba refunfuñó, pero se dio por vencida. No quería que la recepcionista perdiera su hora de comer intentando convencerla. Se levantó a regañadientes y la siguió hasta la calle sin decir ni esta boca es mía. 

Pidió algo frugal para comer, que bueno, algo era algo, y se dejó la mitad en el plato. 


- Y ahora vas a decirme qué te pasa. 

- Es una cosa con Natalia, pero no quiero hablar del tema. 

- Si te ha hecho algo dímelo y le pegaré una paliza -dijo muy seria. 

- Pues deja el móvil con sonido, por si acaso -le dedicó una sonrisa triste y volvió a remover sus espaguetis con indiferencia. 


Alba dejó que su amiga hablara sobre cualquier tontería que se le ocurriera: Marta era muy buena en el hermoso arte de la distracción. Apenas intervino en la conversación. Solo quería terminar ese día e irse a casa a llorar. Un ratito. 




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Catorce horas después Natalia Lacunza solo se había levantado de su mecedora para mear, vaciar el cenicero y hacerse tres cafés. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora