Capítulo 92. Amor bandido.

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Natalia había tenido tiempo de una siesta sin precedentes. Quería dejar de parecer una muerta viviente aunque fuera una noche. Ya tendría todo el fin de semana para descansar pues, tras la salida de esa noche, no pensaba pisar la calle ni aunque cayera una bomba nuclear en Sol. 

Tenía muchas ganas de disfrutar de una noche de libertad total por fin. La tregua, esperaba que indefinida, con Alba, le devolvía algo que antes le hubiera resultado irrelevante pero que ahora era un pulmón para su vida: sus amigas. Podía salir sin estar tensa por la indiferencia de la rubia, sin irse temprano para no incomodarla, dejándose llevar de nuevo en ese grupo maravilloso con el que tan a gusto se sentía. 

Había estrechado mucho su amistad con Sabela durante largas charlas sobre música, a veces comía con Julia, ya que su trabajo estaba cerca de la fábrica, y adoraba a Marta como si fuera su hermana pequeña. Incluso con Afri y con María había unido lazos durante el último año, dejando de lado la relación superficial que mantenían para llevarla a otro nivel más adulto y personal. 

Se duchó sin prisas aunque llegara tarde, quería dejar de ir corriendo de un lado para otro. Se puso un pantalón vaquero estrecho, un top negro sin tirantes y la chaqueta de cuero encima. La primavera había llegado con todas las de la ley, pero por la noche corría una brisa que era carne de resfriado. Maquillaje ligero y eyeliner para matar. 

Había notado un cierto temblor en Alba cuando la tenía cerca, producto, sin querer ser demasiado optimista, de los restos del amor que aún habitaban en ella. No es que creyese que siguiera amándola con la fuerza de los mares, pero era consciente de que lo que habían tenido no se desvanecería con un golpe de aire. Quería comprobar hasta dónde llegaban esos retazos que quedaban en su organismo para alimentar la pequeña esperanza que palpitaba en su corazón o, simplemente, dejarla ir. 

Tripa al aire y mirada felina. Eso sería suficiente para establecer una hoja de ruta, pues eran dos cosas que Alba siempre había tenido gusto en admirar de ella. La pasión no tenía por qué estar enlazada con el amor, pero para ellas había habido siempre una relación tan estrecha entre ambos que quería saber qué proporción había de cada uno en su interior y, de paso, que la propia fisio fuera consciente de lo que tenía entre manos. Intentaba continuamente hacer la de la avestruz, enterrando la cabeza en el suelo para no ver lo que no quería, pero no estaba de más cavar un gran hoyo a su alrededor para que dejara de esconderse bajo la tierra y afrontara la situación, fuera la que fuera. 

Si no le quedaba amor suficiente para ella, lo aceptaría, pero, si lo había, quería sacarlo de su cueva. No sería justo para ninguna de las dos perder lo que tenían aún cuando lo habían dejado de tener por un tiempo. 

Miró por la ventana del bar antes de entrar. No quería quedarse con cara de lerda mirando a la rubia, prefería prepararse. Siempre le pasaba, pero tenía que empezar a dejar de parecer constantemente una máquina de babear por ella, pues eso le daba un poder tremendo, y Alba Reche sabiéndose poderosa era un arma que gritaba peligro. Quería que supiera que estaba loca por ella, pero manteniendo la dignidad. Una cosa así, despreocupada. Oye, Alba, que me muero de amor por ti, que yo no te bajo la Luna, que yo te hago una con mis manitas y te la pongo de sombrero si quieres, que nada de lo que he conseguido en la vida vale un carajo comparado con pasar una tarde contigo tiradas en el césped hablando de la posibilidad de vida extraterrestre en otros planetas, pero sin fliparse, así, tranquilita, tú a tus cosas

A veces se alegraba de que nadie pudiera escuchar sus pensamientos, de verdad que sí. 

Allí estaba, con un pantalón negro de campana, sus zapatillas con plataforma, una camiseta segunda piel que le marcaba las costillas y sus pequeños bocaditos de nata y ese pelo corto alborotado que le hizo suspirar. La madre que me parió, Alba Reche, bájale

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora