Capítulo 28. Funciona.

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- ¿A qué hora te vas mañana? 

- Nada más comer, así que mamá, porfa, ¿podemos comer a la una? 

- ¿Tienes que estar en Madrid a las siete? -preguntó con fastidio. 

- Sí. Y no, no puedo faltar a la rehabilitación, es importante para mí recuperarme cuanto antes. 

- Ya lo sé, Natalia, pero por un día... 

- No puedo, ya les he hecho mover la agenda para poder quedarme más tiempo. 

- Un detalle por su parte, la verdad. ¿Cómo me has dicho que se llama tu fisio?

- Alba. Alba Reche -sonrió al pronunciar su nombre. Estaba segura de que su madre la adoraría. 

- Veo que te cae bien -no hay ojos más avispados que los de una madre, y no se le había escapado el detalle del brillo en la mirada de su hija cuando hablaba de esa chica. 

- Es increíble, mamá. Además de una tremenda profesional me está ayudando mucho con el tema de la ansiedad por no poder tocar y todo eso. 

- No eres mucho de hablar de esas cosas, así que ya me puedo imaginar que es una persona muy especial. 

- El efecto Reche -se rió la morena y, viendo la cara de desconcierto de su madre, se dispuso a explicárselo-. Tiene poderes mágicos, te lo juro, consigue que se lo cuente todo y me hace sentir mejor. María está fascinada con su poder. 

- Si a la Mari le gusta a mí me gusta. 

- Te encantaría. Su afición es meterse conmigo a cada momento. Es un grano en el culo. 

- Sarna con gusto no pica -comentó con sorna. 


Se notaba que desde luego a su hija le picaba con mucho gusto. Sentía una curiosidad terrible, pero sabía que un paso en falso haría que Natalia se cerrara en banda, menuda era. Demasiado estaba hablando para lo que acostumbraba. 


- La verdad es que espero que esté por aquí mucho tiempo. Hacía años que no me sentía tan a gusto con alguien. Me trata como si fuera normal. 

- ¿Qué se supone que tienes tú de anormal? -curvó una ceja, acusadora. 

- Ya me entiendes, mamá. Me trata como si no fuera famosa y resulta que es súper fan mía. 

- ¿De verdad? -estaba, ciertamente, impresionada. Había visto el desligamiento progresivo que había sufrido su hija con respecto a la gente de la que se rodeaba, y había terminado por parecer una barcaza a la deriva en un mar de tiburones. 

- Vino sola a Pamplona el año pasado al concierto pequeño que di aquí, pero conmigo se comporta como si fuera una paciente más. 

- Paciente y amiga. 

- En ello estamos -repuso con timidez. 

- Pues te digo una cosa: me alegro mucho de que esa chica haya aparecido en tu vida. Se te ve más... ligera. 

- Estoy..., bueno, no ha sido solo por ella, yo ya me he llevado lo mío recorrido, pero es verdad que con ella rondando por aquí, no sé, como que me he dado cuenta de que no podía seguir así. 

- Así, ¿cómo? 

- Tan sola. 


Se le hizo a su madre un nudo en la garganta. Jamás había escuchado a Natalia hablar de esa manera tan contundente y veraz, al menos no en los últimos tiempos. Viéndola ruborizada sorbiendo su café pudo apreciar en ella a la chica que fue antes de que todo se torciera. Si aquella fisio había conseguido devolverle aunque fuera una sombra de lo que su hija había sido, tenía que entregarle sin contemplaciones toda la gratitud que le quedaba. Ya no era aquella niña abrumada por la pérdida y la soledad, se encontraba frente a una mujer con todas las letras, con una madurez que parecía brotarle de golpe. No se imaginaba el camino interno que había tenido que recorrer, pues por fuera nunca había dado muestras de movimiento, pero de repente se la encontró curtida por las inclemencias de ese sendero cruel, más fuerte, más morena, más sabia y más hermosa que nunca. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora