- ¡Sube, que te llevo! -gritó Natalia a través de la ventanilla abierta.
Alba sonrió de oreja a oreja y negó con la cabeza mientras se acercaba al coche para dejar su equipaje en el maletero. Se aproximó a la ventanilla, apoyó los antebrazos sobre el borde, le quitó las gafas de sol a la cantante y le dio un morreo digno del quarterback y la jefa de las animadoras debajo de las gradas del campo de fútbol: con demasiada lengua y un rubor adolescente en las mejillas.
Natalia se quedó de piedra pómez, relamiéndose los labios, que sabían a pasta de dientes. La rubia entró por su lado y se sentó, feliz. Natalia se inclinó hacia ella con esa tranquilidad gustosa de poder besar a la chica a la que amas cuando quieres. Había echado mucho de menos esa sensación, se había pasado meses conteniendo sus ganas insanas, esperando el momento en el que fueran recíprocas, con mucha paciencia y nada que perder.
Tenían varias horas de carretera por delante. La cantante había decidido que le apetecía conducir, pasar horas hablando con Alba, escuchando música, cantando a voz en grito y parando cuando les diera la gana para ver un paisaje hermoso.
- A ver, listilla, si yo me quiero comprar unas deportivas pero no tengo dinero...
- Eres muchimillonaria, Natalia -contestó con una mueca.
- Estoy pelada. La fábrica me ha chupado la sangre.
- Vende un Grammy y me cuentas.
- ¿Te puedes callar? -se quejó, desviando un segundo la vista de la carretera para mirarla a ella. Va en mi coche y está preciosa-. Le pido cincuenta euros a mi padre y cincuenta a mi madre, ¿vale?
- Vale.
- Las zapas me cuestan noventa y siete euros, así que me sobran tres. Le doy uno a mi madre, otro a mi padre y otro pa' mí. Por lo tanto, le debo cuarenta y nueve a cada uno, ¿no?
- Siiii -contestó con voz cansina.
- Cuarenta y nueve más cuarenta y nueve son noventa y ocho, más el euro que me he quedado yo, son noventa y nueve, si le sumamos los dos euros que les he dado a cada uno son ciento uno. ¿Qué ha pasao' ahí? -abrió mucho la boca y los ojos como si fuera algo increíble.
Alba no pudo evitar soltar una carcajada; la morena era una payasa de manual. Llevaba todo el camino soltando acertijos de ese tipo y la fisio estaba encantada de escucharla tan risueña cuando no sabía la respuesta y tenía que poner su tono condescendiente para sacarla de dudas. Se imaginó esa vida en un futuro a medio plazo: unas vacaciones de verano, un fin de semana improvisado, un viaje de trabajo en el que la acompañaba.
Suspiró, impaciente por llegar a ese momento de acostumbrarse a que impregnara todos los ámbitos de su vida con su presencia. Quería conocer su mundo, pero no solo en el que habitaban ellas dos, sino también las cosas tontas que tenía como persona independiente: si hacía listas cuando iba a hacer la compra de la semana, ver cómo la percibían los demás en su trabajo, conocer cómo se comportaba en las cenas familiares y descubrir ese lado oculto que englobaba todo lo que no la incluía a ella. Ver a Nat desde fuera sabiéndose muy dentro. Un asunto de suma importancia para la cotidianidad a la que aspiraba con su morena.
Puso una mano en su rodilla y Natalia la cubrió con la suya. Se miraron de reojo y sonrieron, seguramente ambas pensando en lo mismo: qué bueno que estés aquí.
Llegaron a la hora de cenar después de seis horas de coche. Estiraron las piernas y aparcaron en frente de un cementerio, en lo alto de una cuesta. Un pueblo de costa cualquiera de Asturias. La panorámica desde allí arriba, con las luces del pueblo, los barcos en la bahía, un faro que se adentraba en el mar, era espectacular.
ESTÁS LEYENDO
La sala de los menesteres
FanficAlba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famosa cantante. La primera es pura luz, en el más amplio sentido de la palabra. La pena y la tristeza alimentan el alma de la segunda, sacando...