Natalia se despertó temprano, vio la cantidad de horas que quedaban para la cita y, antes de destrozarse los nervios durante el resto del día, decidió dar media vuelta en la cama y seguir durmiendo. No solía hacerlo, pero se sentía como la noche de Reyes, en la que los niños prefieren acostarse temprano para no desesperarse con la espera.
Se removió de nuevo rozando la hora de comer y saltó como un resorte de la cama con un susurro aterrorizado: la cita. Se levantó sudando de pensar que se había dormido y respiró más tranquila cuando miró la hora en el móvil.
Tenía una cita. No se hacía aún a la idea de lo que estaba a punto de venirse. Una podría pensar que era similar a la cena de la semana anterior, y quizá lo fuera en el fondo, pero no en la forma. Ella se había sentido exactamente igual que en una cita, pero en el presente momento, una semana después, y con toda la información que ahora tenía, se dio cuenta de que nada tenía que ver una con la otra. Cuando Alba entró por la puerta de su casa no se imaginaba que iba a besarla al irse; en la que iban a tener esa noche ya estaba debatiéndose si hacerlo antes o después de cenar.
Igual que hacía una semana su gran anhelo era tener a la rubia recostada sobre su cuerpo y repartirse caricias durante un tiempo indeterminado, su deseo actual era estar en ese mismo contexto pero besándose hasta que dejaran de sentir los labios.
Era consciente de que ese acontecimiento tiraría de la cuerda invisible del sexo, y la idea no le pareció mal, pero tampoco bien. No se veía capaz de besarla calmada durante toda la noche sin meter el pie en la trampa astuta del deseo. Cada vez caía con mayor velocidad. Se le disparaban las manos y los dientes y el ansia de tocarla piel con piel. Sin embargo, si avanzaba en su imaginación hasta el momento en el que sus dedos de fisio la alcanzaran por debajo de sus bragas, notaba que se le cortaba el aire. Pudo observar perfectamente en su cerebro la manera en la que miraría a la rubia, y los ojos frágiles con que esta observaría cómo le afectaba la exploración de sus dedos en su interior, su boca entreabierta. No sabía si era capaz de soportar tantísima intimidad, al menos de momento. Quizá sería mejor evitarlo todo lo posible, pero tampoco tenía intención de luchar contra los elementos.
Le daba demasiadas vueltas a todo.
Estaba muy nerviosa, no solo por sus ganas, sino por las de Alba. Sabía de su santa paciencia con ella, pero le aterraba el hecho de agotarla. Aún rebotaban en su cabeza las palabras de la noche anterior: ata cabos, Lacunza. Eso dejaba claro que el anhelo era mutuo, pero el abismo que separaba ambos deseos estaba inundado por el miedo. Intentó empatizar con ella, ponerse en su lugar. ¿Sentiría ella también cierta presión al ser su fan? ¿Le echaría para atrás su condición de famosa? Quiso creer que no, aunque algo le decía que esto rondaba por su cabeza: era algo de lo que nunca conseguía deshacerse.
Este pensamiento le calmó un poco, pues aunque la ansiedad partiera de dos puntos totalmente diferentes, llegaba en ambos casos al mismo lugar: el miedo a dejarse llenar, de una manera metafórica pero también literal.
*Natalia*
Buenas tardes, Alba Reche
*Alba*
Buenas tardes, Natalia Lacunza
A alguien se le han pegado las sábanas?
*Natalia*
Efectivamente
Hoy estoy relajadita porque no tengo una cena que organizar
*Alba*
No se suponía que ibas a cocinar tú?
*Natalia*
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La sala de los menesteres
FanfictionAlba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famosa cantante. La primera es pura luz, en el más amplio sentido de la palabra. La pena y la tristeza alimentan el alma de la segunda, sacando...