Capítulo 106. La matanza de Texas.

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Durante las dos últimas semanas, la vida de Natalia había sido un completo caos: desembalando cacharritos de última generación para hacer música, leyendo instrucciones y acudiendo a cursos para aprender a utilizarlos, trasteando junto a Damion hasta que el hambre les hacía parar, probando guitarras, micrófonos, bajos y todo lo que amontonaban por las salas. Se sentía como una niña el día de Reyes, pero el triple de excitada. 

María estaba a punto de sufrir un ataque de ira con aquellos dos. Se perdían en las salas de ensayos, emocionados por tanto juguete, y ella tenía que encargarse del millón de proveedores que aparecían por la fábrica para descargar lo que habían pedido y atosigarla con cientos de catálogos. Un sitio tan grande como aquel, vacío, conseguía que apareciera en sus ojos el símbolo del dólar. 

A pesar de todo el lío, había conseguido sacar tiempo para ver a su rubia. La invitaba a cenar cuando salía tarde de la clínica y aprovechaba cuando tenía que ir al centro para pasar a saludar y robarle besos a escondidas. 

Al fin aparecía algo de libertad en su infausta agenda pero, a pesar de ello, llegó un poco tarde a las cañas con las chicas. Paula había vuelto a unirse a ellas el pasado viernes para salir y, aunque apenas había podido pasar un par de horas con el grupo, exhausta como estaba con tanto ajetreo, veía lo bien que había encajado con todas. Habían establecido una dinámica divertida entre ellas, en la que se picaban la una a la otra, se tiraban pullas y se contestaban mordazmente para entretenimiento de sus amigas. En realidad se caían genial y cesaban ese juego de egos cuando nadie estaba mirando. 


- La llaman la desaparecida -saludó Julia, levantándose y dándole un abrazo que le sorprendió. 

- ¿Me has echado de menos, Julai? 

- Pues sí, tía, la verdad es que sí. 

- Mañana comemos juntas, ¿vale? Ya parece que vemos la luz al final del túnel -le dio un beso en la mejilla y se sentó. 

- Y la habríamos visto antes si no estuvieras todo el día con Damion perdiendo el tiempo -soltó la Mari con rencor. 

- ¡No estamos perdiendo el tiempo! -se indignó, sonriendo de lado a la rubia que estaba en la silla contigua. Llevaba dos días sin verla y ganas le dieron de secuestrarla y llevarla a su apartamento. 

- Mi coño no estáis perdiendo el tiempo, tendríais que verlos, cachondos como perros con una mesa de mezclas que parece una nave espacial. 

- Me lo imagino -dijo Alba, obnubilada con la imagen que se había formado en su cabeza. Sus amigas soltaron una risita pero ella, en su mundo de piruletas de corazones, no se dio cuenta. 

- Ya hemos terminado de organizarlo todo, Mari, no seas pesada, no es solo enchufarlo y hala, a funcionar -apretó el muslo de la fisio bajo la mesa para que dejara de mirarla así, pero cuando sintió su mano sobre la suya supo que había conseguido el efecto contrario. 

- Este fin de semana me voy con Pablo a Murcia -la miró con desagrado-, pero el finde que viene podemos ir mirando cosas para decorar. Quiero ir al rastro, ¿os apuntáis? 

- ¡Sí! -dijeron todas, contentas de escapar del pique que parecían tener esas dos. 


Empezaron a hablar sobre distintos tipos de ambientes para las salas de la fábrica y Natalia aprovechó la distracción para mirar a la rubia, que estaba a punto de ponerse luces de neón en la frente para llamar su atención. 


- Hola, bella -le dijo en voz baja, enlazando sus dedos con los suyos. 

- Hola, flaca -le correspondió, mordiéndose el labio. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora