Capítulo 83. Nadie te ha tocado.

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- Oye, Alba... 

- Qué -contesto con sequedad. Llevaban dos días sin comer juntas. 

- Que el otro día me pasé. 


Alba miró a su amiga. Parecía arrepentida. 


- Es que creo que es algo en lo que no te tienes que meter, Marta. Ni tú ni nadie, vaya -explicó con un tono de voz un poco más suave. 

- Tienes razón, nadie me había pedido mi opinión. 

- Pues no. Pero me jode que, después de todo lo que he hablado estos meses contigo, pienses que con cuatro monerías voy a caer como una pringada. 

- No creo que vayas a caer como una pringada, Alba, pero... bueno, da igual. 

- ¿Qué? 

- Que no creo que estés siendo muy racional. Ella solo quiere hablar. 

- No, si eso ya me ha quedado bastante claro -soltó un suspiro. 

- ¿Se está poniendo pesada? 

- Sí... No... No sé -se apretó las sienes con los dedos-. No es pesada, porque lo hace sutil, ya sabes cómo es, que parece que no dice nada, pero dice muchas cosas. 

- Es buena, la cabrona. 

- Lo es. Porque si se estuviera pasando no tendría problemas en mandarla a tomar por culo, pero lo hace tan poco a poco que no me doy cuenta hasta que se va. 

- Si se pone insoportable me lo dices y le pego una paliza. 

- No te preocupes, Marta, mira -sacó bíceps-, la reviento. 

- Jajajajajaja, el partido que le estás sacando al boxeo, madre mía... ¿Qué tal con Paula? ¿Sigue insistiendo en quedar contigo? 

- Sí -desvió la mirada. 

- Esa sí que es pesada, la virgen. 

- Ya... -carraspeó. 

- ¿Alba? 

- Hemos quedado esta noche. 

- ¡¿La noche de miércoles de Malasaña?! Yo te mato -pasó alrededor de lo que significaba todo este tema en realidad. Bastante se había metido donde no la llamaban. Si su amiga había tomado una decisión con respecto a Natalia: ver, oír y callar. 

- Estuvimos entrenando ayer y quedamos en eso -se excusó. 

- ¿Es una cita? 

- Algo así -la miró con cierta vergüenza. 

- Bueno, pues espero que te vaya muy bien, ya nos cuentas qué tal ha ido -le guiñó un ojo. 


Alba agradeció el apoyo de su amiga. Se notaba que no estaba siendo sincera al 100%, pero ponía en valor que, al menos, no le hiciera sentir como la mierda. Se daba cuenta de que algunas de sus amigas daban, sin decirlo abiertamente, un voto de confianza a la cantante, y suponía que era porque, quizá, les hubiera dado alguna parte de su versión. No se sentía vendida, ni abandonada en su cruzada contra su adorabilidad, pues siempre la habían animado a no aceptar lo que no le parecía bien de su relación con Lacunza, pero el hecho de que ellas tuvieran una información que ella no, empezaba a hacérsele bola. Valoraba mucho sus opiniones, por lo que era inevitable pensar que Lacunza podría tener algo válido que decir.

Algo le rondaba la cabeza desde hacía unos días. No le gustaba la idea de que Lacunza siempre fuera a ser capaz de hacerle bombear el corazón. Había mitigado sus efectos de manera considerable durante los últimos cinco meses, pero la verdad era que, teniéndola alrededor, se le deshacían las murallas como si fueran arena del desierto. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora