Capítulo 29. Poesía.

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Una ducha rápida y al lío. En esta ocasión Natalia se dejó el pelo suelto y ligeramente alborotado. Iban al bar donde pinchaba Pablo, no había que ir elegante, precisamente. Pantalón de cuero negro, un top del mismo color que dejaba su abdomen al aire y las converse. Hacía una temperatura cálida, pero agarró la chupa por si las moscas. Bien de negro en los ojos y en los labios. Su aspecto era salvaje y se dejó llevar por el outfit, arrastrando esa sensación hacia su personalidad. Se sentía en perfecta sintonía con el grupo con el que iban a salir, ya alejada de incomodidades y ataques de pánico. Eran colegas, podía dejarse ser. 

El único punto negro de la noche era la Reche menor, aunque pensándolo fríamente, si tenía una décima parte del encanto de la hermana podía estar absolutamente relajada. Aunque no lo estaba. Iba a conocer a la hermana de Alba, no supo muy bien por qué pero aquel acontecimiento se le antojó altamente relevante. Alejó ese pensamiento de su mente pues empezaban a sudarle las palmas de las manos, y salió de casa. 

Habían quedado en un restaurante cerca del bar donde irían de copas. Cuando llegó ya estaban todas allí. Mierda, tenía que haber venido en taxi. Echó un vistazo y pronto vio a la joven Reche. La virgen, qué genes. Tenía el pelo muy largo y rubio, los ojos azules y un cuerpo digno de museo. Era el prototipo de cualquiera. Me gustan más los ojos playa de su hermana. 


- Nat, esta es mi hermana, Marina. 

- Encantada, Macizacunza. 

- Igualmente, Marina -se ruborizó y se sentó en la única silla libre, a su lado. Genial


María aplaudió el apelativo con el que Marina le había llamado, y se temió que, a partir de ese momento, sería utilizado sin control. 

Miró a Alba por detrás de la espalda de Marina. Vaqueros ajustados, camisa con transparencias y un sujetador de encaje muy bonito. Es bonito. Es, es muy bonito, luego le pregunto dónde lo ha comprado porque es súperbonito, la verdad. Precioso, vaya. Se había recogido el pelo en un moñito adorable con el flequillo hacia un lado. Se había esmerado con el maquillaje en los ojos y casi se cae de la silla cuando conectaron sus miradas. 

Hostia puta. Ese fue un pensamiento que ambas compartieron. 


- ¿Tu hermana acaba de llamarme Macizacunza? -intentó ponerse seria pero la sonrisa que le salía mirando a la rubia se le escapaba por todos lados. 

- Tiene gracia, no lo niegues -Natalia entrecerró ligeramente los ojos: la sonrisa de Alba le estaba, realmente, deslumbrando. 

- Es ocurrente la mini Reche -aceptó. 

- Ojalá se me hubiera ocurrido a mí. 

- Qué guapa estás, Albi -le dijo lo más bajito que pudo, y notó en las mejillas el calor. 

- Tú también, Nat -de nuevo esa sonrisa y la morena no se supo callar. 

- Si me vas a sonreír así no sé si voy a necesitar unas gafas de sol o unas de soldar. 

- Cállate -se ruborizó la rubia. 

- ¿No decías que se me daba mal? -le guiñó un ojo y Alba le sacó el dedo de en medio. 


Qué buena manera de empezar la noche que haciendo sonrojar a la fisio. 

Marina no intervino, pero escuchó toda la conversación que tuvo lugar en su espalda. Vaya par de pencas, Jesús bendito, el tonteo que se traen. La verdad era que la cantante estaba para entrar a vivir, vaya cara y vaya cuerpo se gastaba, y no terminaba de entender por qué su hermana no babeaba más viendo lo entregada que tenía a la morena. El tono en el que le había dicho Qué guapa estás, Albi estaba impregnado de tanta adoración que incluso ella se había sentido derretir. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora