Capítulo 98. Como si estuviera enamorada de ti.

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Cuando Natalia se despertó al día siguiente, no supo si darse cabezazos contra la pared o sentirse orgullosa de sí misma. 

Había dejado marchar a Alba cuando era evidente que estaban a medio paso de un beso que deseaba con cada partícula de su anatomía. Pero sintió que era lo mejor. No quería para ellas un beso después de una conversación tan visceral como la que habían tenido, como un beso de borrachera en el portal. Ese tipo de impulsos llevados por la energía emocional del instante daban pie a un futuro arrepentimiento, a un "lo siento, fue el momento", un "perdona, fue el alcohol". Y se negaba en rotundo a algo así. 

Esperaba que Alba, después de ese no beso que se habían dado, reflexionara bien sobre hacia dónde quería llevar su relación porque, si volvía a mirarla con esos ojos ansiosos de ella a apenas diez centímetros de su boca, llamándola a cerrar la distancia, daría la decisión de la rubia por tomada. Una vez podía suceder por el calor de la situación, dos ya sería cosa de un deseo real que le nacía de dentro, y contra eso sí que no pensaba luchar. 




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La rubia se despertó antes de que amaneciera. Llevaba toda la santa noche soñando con los labios de Natalia. Al fin y al cabo se dice que una sueña con lo que tiene en su mente en el momento de dormirse, y esa mañana de abril estaba convencida de la validez de esa teoría. 

Mientras bajaba los escalones, la noche anterior, alejándose de la puerta de la cantante, pensó "mira, a la mierda" y volvió sobre sus pasos. Estaba cansada de luchar contra sus instintos, contra un deseo que no había sido capaz de aplacar por mucho que lo hubiera intentado. Ya no le servía la excusa de los errores de Natalia porque, aunque escocieran, tenían sentido para ellas, para la manera en la que se habían querido. No podía seguir escondiéndose en un rencor que había dejado de sentir en el momento en el que la entendió, aunque el miedo siguiera ahí. 

Sin embargo, se alegró de haberse vuelto a marchar. Acababa de aceptar que sus ganas eran más grandes que sus reticencias, lo había sentido en el tiroteo imparable de su corazón al mirar su boca, en el ansia por dejarse abrazar, en la decepción que había sido escuchar a la morena decirle que no podía invitarla a dormir. Pero primero tenía que dejar que esa nueva realidad se aposentara bien en su cerebro, como el sedimento que deja el agua cristalina una vez que se posa en el fondo. Una decisión en aguas turbias podía terminar dejándolo todo manchado de barro, y no llevaba seis meses trabajando día a día con su mente para actuar ahora a tontas y a locas. 

La situación era la que era, y no podía seguir huyendo de ella. Solo quedaba esperar que Natalia hiciera un nudo con sus temores y los tirara al fondo del mar. 

Si había alguien en el mundo capaz de hacer algo así esa era Natalia Lacunza. 




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- Marta, ¿esta tarde puedes quedarse un rato más después de las ocho? 

- Sí, claro. ¿Pasa algo? -preguntó, extrañada. 

- Tengo una reunión con la abogada y quiero que estés presente -le sonrió con un brillo ilusionado en los ojos. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora