Capítulo 100. 24 horas después.

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Los brazos en torno a su estrecha cintura, el casco apoyado en su espalda y el calor de la cantante llenando su pecho y las palmas de sus manos. De vez en cuando suspiraba y rezaba porque ese viaje no terminara nunca. Podrían irse a recorrer Europa en moto y ella sería feliz. Ahora que le había hecho frente a sus miedos y les había hecho el amor, le resultaba inconcebible separarse de ella tan pronto. 

Pero el trayecto terminó y Natalia se quedó quieta durante un tiempo indefinido, deshaciendo el nudo de sus manos en su abdomen para entrelazar los dedos con los suyos. Tampoco ella tenía ningunas ganas de moverse de allí. 


- Albi... -la llamó. 

- Arranca, vámonos hasta Rusia -gimoteo. 

- Yo contigo me iba al fin del mundo. 

- ¿Por dónde queda? -le preguntó, separando el casco de entre sus omoplatos. 

- Uhmmmm -hizo como que pensaba, quitándose el casco. Se agarró el mentón, la muy idiota-. Yo creo que por allí -señaló una calle cualquiera. 

- Pues venga, marchando -volvió a agarrarse a su cuerpo, como una niña pequeña que no quiere ir al dentista. 

- Marta está muy ilusionada, Albi, no podemos hacerle eso... -tampoco se notaba alegría en su voz. 

- Jo, Nat, pero es que... -se echó para atrás y se arrancó el casco a regañadientes. 

- Ya, lo sé, pero nos va a venir bien volver a la realidad para ver las cosas con perspectiva -puso una mano en su muslo. 

- Eres muy pesada, Natalia -se bajó de la moto y se puso a su lado, haciendo que la mirara y viera la verdad en sus ojos-. No me arrepiento, estas ganas no son de hoy, pero supongo que hasta que no lo veas tú misma no va a servir de nada lo que te diga. 

- Es que aún no me lo creo. 

- Pues todavía te huelen los dedos a mí, así que ve haciéndote a la idea -intentó hacerla reír. 

- Eres una puta cerda -se carcajeó-. Pero ahora tenemos un problema mayor. 

- ¿Cuál? 

- Nuestras amigas. 


Las dos se quedaron mirando con los ojos muy abiertos. Al lado de ese detalle, sus miedos, sus inseguridades, el futuro incierto, parecían minucias. 


- No deberíamos entrar a la vez, ¿no? -preguntó Alba. 

- Ve subiendo y yo te sigo en un rato. 

- Ahora te veo. 


Se quedó estática medio minuto largo, sin saber muy bien la manera adecuada de despedirse de ella, pero teniendo muy clara la forma en la que deseaba hacerlo. Ese día se estaba dejando llevar, así que se aproximó y le dejó un beso minúsculo en los labios. Fue hasta la puerta y desapareció tras ella cuando Marta le abrió. 

Natalia, que no había respirado desde el momento en el que sintió la boca de Alba sobre la suya, soltó todo el aire de golpe y apoyó la cabeza sobre las manos, en el manillar de la moto. ¿Qué coño había pasado? Es decir, era consciente de las señales que recibía de Alba, mayores cada vez que se veían o hablaban, pero ni en un millón de años hubiera pensado que todo iba a precipitarse así. 

Que estaban deseando besarse lo tenía claro, pues, si no lo habían hecho una semana atrás, había sido única y exclusivamente por prevención de daños, pero las ganas estaban ahí, por parte de ambas. Hasta Lerda Lacunza se había dado cuenta. Pero tocarse como lo habían hecho, recorrerse con los ojos y con los dedos de nuevo, envolverse a sí mismas en papel de regalo y entregarse la una a la otra con toda la vulnerabilidad que habitaba en este mundo, abriéndose en canal para la chica que tenían delante sin más protección que su trémula piel, eso sí que no se lo hubiera podido imaginar. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora