Capítulo 78. La guinda.

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Natalia entró y todo se quedó en silencio, el tiempo se ralentizó y, en su mente, empezó a sonar La cabalgata de las Valkirias. En el aire, suspendida, se quedó una servilleta hecha una bola que alguien había lanzado a la persona que tenía sentada enfrente, la Fanta que recorría la barbilla de una chica que se había atragantado con la risa se quedó detenida, la cerveza se petrificó en el espacio mientras llenaba una pinta y el camarero se quedó a media caída tras tropezar con un hueso de aceituna. Alba levantó la mirada, comprobando que el tiempo se había congelado a su alrededor por el rabillo del ojo mientras, sin querer pero sin poder evitarlo, se estrellaban sus ojos en los de la morena. Un alunizaje hubiera hecho temblar menos el suelo bajo sus pies, fue un choque frontal, una colisión planetaria, un movimiento de falla. BOOM. 

Natalia apenas levantó una comisura al encontrarse con sus ojos, que la miraron un segundo y se apartaron y, al contrario que en el caso de la rubia, el reloj se aceleró y todo fue a una velocidad vertiginosa: besos, abrazos, palmaditas en la espalda, bromas sobre su pelo de niño rata adolescente y un olor que la dejó, por un momento, clavada a la Tierra. Alba se había levantado de su silla y, distraídamente, le dio dos besos en las mejillas y volvió a sentarse sin más. Huele a papaya. 

Se colocó en el hueco que, magistralmente, María había dejado junto a ella, en diagonal a la fisio, lo más alejada posible de su efecto gravitacional. Lo agradeció, pero en lo que su amiga no había caído era en que, desde ese lugar, la tenía de frente, y así se le hacía muy difícil no mirarla. 

Quería comprobar hasta qué punto le había calado el frío, dónde se hallaban entonces los vértices de su indiferencia hacia ella, si, acaso, la miraba como quien se acerca a un escaparate con la única intención de comprobar el aspecto que una tiene en el reflejo. No esperaba reproches ni malas palabras, pero temblaba de puro pavor por si veía en sus ojos la serenidad del olvido. Pero bueno, para empezar a mover ficha tenía que ver cómo andaban las cosas en el tablero. 


- Estás morena, hija de puta -se quejó Afri. 

- Tú estás morena todo el año y nadie se queja -bromeó. Alba sonrió. Su humor negro siempre le hizo mucha gracia. 

- Eso es racismo. 

- Es envidia -concluyó, y todas rieron. 

- Bueno, aquí a lo importante -empezó Julia-, queremos saber todo lo que nos puedas contar de Bad Bunny. ¿Es simpático? 

- Encantador. 

- Venga, vamos, queremos información suculenta. 

- Tiene una enorme, gigantesca, descomunal... -todas iban abriendo la boca a cada adjetivo, esperando un cotilleo a la altura de las espectativas que Natalia estaba creando, todas menos Alba, que la conocía como si la hubiera parido y esperaba el desencanto con una sonrisa y una negación con la cabeza- voz. 

- Te odio -murmuró Julia. 

- BAD BUNNY BEIBE BE BE BE -lo imitó Marta. 

- Es un tío muy majo, muy cercano... Es un buen colega para irse de copas y hablar de música. 

- ¿Os habéis hecho amigos? 

- No creo que lo llame para contarle la frecuencia de mis menstruaciones, pero hemos conectado bien. 

- ¿Y la colaboración? 

- Pronto. 

- ¿No vas a adelantarnos nada? 

- Nop -dio un trago a su cerveza y dejó que el resto empezara una discusión sobre el asunto. 


La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora