Me gustaban sus brazos. Parecían tristes.
Me gustaban sus caderas. Las movía al caminar y yo me estremecía.
Me gustaban las cicatrices que se le asomaban debajo de la falda, las de sus muñecas.
Me gustaban más, mucho más, las que escondía en su pecho, ésas que no le muestras a nadie.
La observaba y nunca la miraba. Me salían sonrisas tristes al verle los ojos, grises y tormentosos.
Nunca la había visto emocionarse ni tener alguna otra expresión en el rostro. Siempre era lo mismo:
Las comisuras se le extendían hasta la barbilla,
las ojeras bajaban hasta la nariz y ascendían hasta sus cejas.
Una chica triste y no era difícil notarlo. Me había sentado más de cinco meses a observarla, le conocía la piel y lágrimas, el cabello y el sueño.
Las ganas de desaparecer...
Y lo hizo.
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Donde los Escritores van.
Romance¿Para quién escribimos los que no sabemos a dónde ir? ¿Nos leen? ¿Qué pasa sí nunca lo hacen? A veces hay que tener miedo. Pero, ¿a quién le escribo si no es a mí? Foto por Ana Gabriela Zárate Rábago. Instagram: @anagabriela_zr