Blanco.

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La primera vez que le vi vestía totalmente de negro.

Bueno, casi.

Un moño blanco le adornaba la cabeza, amarrando sus rizos en una coleta alta.

Tenía el encanto de una chica pueblerina y el ego de la fría Nueva York.

Su piel hacía juego con el moño.

Parecía bastante, bastante frágil.

No era consciente de su belleza triste, con las oscuras ojeras surcando su cara, los labios rojos y mordidos.

Por ella.

Por otro.

Por otros.

Buscaba quien le diera el amor que le faltaba.

Los abrazos que no le dieron.

Lo buscaba todo en un hombre distinto cada noche.

Les prometía amor eterno en el oído mientras el dulce éxtasis dominaba sus sentimientos.

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