Para ti, siempre. Tú sabes quien eres.
A pesar de que nunca te escribí mucho, todo siempre empezó con tu nombre y tus ojos.
Oh, tus ojos.
Tu risa, tan sonora, sincera y jovial.
Me llenaba de ganas de sonreír y olvidarme de todo.
Lástima que te escribo ahora, cuando olemos a muerte y a cigarros viejos.
Duelen los punto y aparte en cada mensaje.
Son cuchillos los puntos finales.
Quizá nunca debimos conocernos.
Cruzarnos en éste camino sucio que dejan las lágrimas.
¿Por qué me hablaste?
¿Por qué me gustaste?
¿Por qué el corazón no me permite olvidarte?
Quizá... Sí te hubieses ido antes no habría sentido tanto.
Tal vez no te escribiría versos sin rima.
Las sonrisas me sobrarían y el sentimiento de vacío ya no estaría...
Me escribiría tu nombre por toda la piel. Con las lágrimas que llora mi alma. Con la tristeza que palpita ahora mi corazón.
Me inspiras. Me inspirarste. Me inspirarás siempre.
Con tus ausencias y tu presencia.
Con los sollozos que me haces soltar esta medianoche.
Con tus mensajes tristes cargados de besos.
Bueno, quizá así lo siento sólo yo.
Porque, tal vez, ya se te olvido como besarme.
No encuentro consuelo.
Es tan desafortunado que seas enfermedad y cura.
Te escribo porque no hay manera de borrarte. Lo hago por tus fotos en mi habitación. Por las cartas que guardo en mi tesoro personal.
Porque la pena me inunda los ojos. Los recuerdos el pecho y tus ojos cada sueño.
¿Por qué me haces tanto daño?
La luna me recordó que quizá aún me quieres, que tal vez hay algún arreglo.
Pero no quiero.
No quiero un arreglo.
Quiero arrancarme del alma tu nombre. Tu maldito y perfecto nombre.
Arrancar todo lo que quedó de ti en mi.
Tomaste todo lo que te pertenece y te marchaste.
Tan rápido como noche de diciembre.
Te vuelves dolor.
Y no quiero ver.
No quiero ver cuando la sangre también hable de ti.
Sí te llueven las noches. Sí el día se nubla después de horas de Sol.
Tal vez sea que Dios me ha escuchado llorar, ha sentido mi tristeza colarse en cada plegaria.
Se ha puesto tan triste como yo, como las canciones que toca el disco que me obsequiaste alguna vez.
Quizá entienda mis ganas de fumar, mis ganas de dibujar de nuevo en mi piel.
Con aquel pedazo de metal. Metal frío.
Frío pero nunca como tu piel.
Tu música canta tu amor. Tus palabras siguen repitiendo un adiós.
Como dueles, amado mío.
Pedazo de vida. Pedazo de corazón.
Fuimos todo.
Nunca entendiste lo mucho que me hiciste soñar, sonreí comi ilusa enamorada por días, semanas y meses.
Se nos corto tan pronto en tiempo.
¿Qué soy yo para ti?
Te dibujaría, pero mis manos no son hábiles.
Te cantaría, pero no puedo afinar esta torpe voz.
Te bailaría... No, bailaría contigo pero mis pasos se han vuelto lentos.
Así que sólo te escribo.
Te escribo entre humo, sangre y lágrimas.
Fuiste siempre mis ganas de escapar del mundo. De ser bonita para ti.
¿Fue alguna vez todo esto cierto?
Viví en sueño. Fuiste sueño.
A veces me arrepiento de todo.
Otras, sólo tengo insomnio.
Quiero una última canción.
Fuiste mi debilidad desde el principio.
Y lo serás siempre.
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Donde los Escritores van.
Romance¿Para quién escribimos los que no sabemos a dónde ir? ¿Nos leen? ¿Qué pasa sí nunca lo hacen? A veces hay que tener miedo. Pero, ¿a quién le escribo si no es a mí? Foto por Ana Gabriela Zárate Rábago. Instagram: @anagabriela_zr