Media noche.

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Para mí es eterna.

Aunque mamá haya dicho que no duerma tarde,

la media noche me cautiva.

Me atrapa en sus frías manos,

llevándome entre las aturdidas brisas nocturnas.

Me ha dicho que no juegue y me meta a la cama temprano.

El problema yace en que no importa sí no veo su estrellado esplendor,

me mantiene cautiva con su belleza.

Con la facilidad con la que inspira a cualquier autor.

Con sus raras anomalías, sus escasos sonidos y la humedad acumulada.

O, tal vez, sólo me fascina por su bella crudeza,

porque me deja escabullirme entre sus brazos.

Para derrochar tinta,

para acabar con un par de cigarros.

Para soltar lágrimas frías y,

quizá, dejar perder la cordura en su infinita negrura.

Al final...

¡Al demonio lo que diga mamá!

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