27. Estornudos de gatito

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El corazón me latía terriblemente rápido cuando desperté.

Había tenido una pesadilla. Estaba en mi cuarto, alimentando a Donatello, de repente, el agua comenzaba a llenar el acuaterrario, desbordándose. El suelo de mi habitación se comenzó a inundar y corrí hasta la puerta, pero esta estaba cerrada, al igual que las ventanas. No tenía escapatoria. Cada vez era más agua y cuando no tenía mucho más aire que respirar, me desperté.

Me abracé a mí misma, esperando encontrar un refugio. Todavía era de madrugada, más o menos las cuatro de la mañana. No había ni un atisbo de luz, todo estaba oscuro y me sentía sola. Seguramente todos estaban durmiendo.

Siendo sincera, nunca le había tenido miedo al agua, cuando era pequeña, más o menos a los siete años, había ido a clases de natación, pero me terminaron sacando.

Después de algunos minutos, mi pobre corazón se tranquilizó un poco y respiré profundamente, intenté cerrar de nuevo los ojos para poder dormir. No podía. Con un gruñido de frustración me levanté de la cama y comencé a dirigirme con sigilo a la cocina, para poder beber un vaso de leche caliente.

Intenté hacer el menor ruido posible para no despertar a mis padres. Reí para mí misma. Era curioso que yo hiciera todo sin hacer mucho ruido, pero cuando mis papás iban a la cocina, parecía que hacían un concierto con las ollas.

Afuera estaba nevando, no mucho, pero sí podía notar cómo los copos de nieve caían. Recordaba que en una clase de física nos habían enseñado que cada copo de nieve era diferente al otro, sin embargo estaban hechos de la misma cosa: agua congelada... y algunas otras cosas. Lo que había dicho mi profesor en esa clase nunca se me olvidaría. Los copos de nieve eran más parecidos a los seres humanos de lo que se creía, todos eran diferentes y nunca se podrían encontrar dos iguales. Y siempre me preguntaba si eso era bueno o malo.

¿El mundo sería mejor si todos fuéramos iguales?

¿O ser diferentes era lo que nos hacía más humanos?

Cuestionamientos de la existencia humana a las cuatro de la mañana. ¡Genial!

Pensando en eso y viendo a los copos caer, me recosté en la alfombra hippy que estaba en el centro del salón.

El sueño ya me había comenzado a invadir y me prometí cerrar los ojos solo cinco minutos.

Sí... solo cinco minutos.

Bien, no fueron "cinco minutos" fueron cinco horas.

Me desperté sintiéndome observada. Dos pares de ojos me miraban directamente y con curiosidad.

Eran mis padres, se habían puesto los suéteres iguales y tenían una pregunta clara en sus ojos. Obviamente encontrar a su hija en medio del suelo no era algo que se esperaban cuando se habían levantado alegremente para comenzar un nuevo día de vacaciones.

Me di cuenta que todavía tenía el vaso de leche en la mano. No me la había acabado y ya estaba fría, claramente. Ellos me habían puesto una manta encima mientras dormía, por eso no me estaba muriendo de frío en esa alfombra.

Antes de responder a mis progenitores, me refregué los ojos para despertar un poco más y decirles una frase coherente.

—No pude dormir y vine por algo de tomar, me quedé dormida aquí —resumí.

Un estornudo se apoderó de mí y sentí que uno de mis pulmones se me salió por la fuerza del estornudo.

—¡Salud! —dijo papá.

—Te resfriaste —se inquietó mamá, y luego añadió por lo bajo:—Salud.

—No me resfrié —les aseguré y volví a estornudar.

CLEAVED | TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora