26. Iris estrellado

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Al bajarme del avión hacía un frío terrible.

Después de algunos inconvenientes en Nueva York, por fín pudimos llegar a las montañas. Ya me habían avisado que el frío ahí era de otro nivel, pero no me había preparado mentalmente para eso. Tenía la sensación de que mis globos oculares se congelarían y se me caerían las orejas. Incluso, me había puesto un gorro de lana gruesa que me había tejido la abuela hacía unos años y aun así sentía cómo las corrientes de aire frío calaban en mi cuero cabelludo.

Y me hubiese puesto algo más pero, gracias a mi súper buena suerte —tos, tos, sarcasmo—, mi maleta grande se había perdido en el cambio de aviones, la compañía nos dijo que la buscarían, que probablemente se había ido en otro vuelo, pero que podrían rastrearla rápido y no se tardarían más de tres días. Eso esperaba, porque no creía poder sobrevivir ahí la semana entera sin mucha más ropa de la que llevaba en la mochila. Y yo que me había esforzado tanto en cerrar esa maleta del demonio, ¿así es cómo me pagaba? ¿Perdiéndose?

Mis papás y los Glenn no iban mejor. Ellos tenían maletas, pero aun así estaban temblando. Laura, la madre de Lucas estaba temblando y caminaba a paso rápido, sin importarle que su maleta se maltratara, con la intención de llegar a su cabaña lo antes posible. Creo que yo también debía haber hecho eso.

En fin, no estábamos solos, había un guía que se estaba tomando su tiempo para mostrarnos todo el complejo. Pasamos por afuera del bar, en el que habían familias enteras tomando bebidas calientes y mirando el frío por la ventana. Ellos estaban calentitos dentro.

Qué celos.

Al guía no parecía importarle los menos no-sé-cuántos-grados celsius, caminaba a paso normal y se veía genuinamente tranquilo. No me imaginaba lo que era estar acostumbrado a este clima. Está bien, sí, se veía bonito, pero solo aguantaría ese frío unos días. ¿Pasar la mayor parte del año en invierno? Nuh-uh, no lo creo. ¡Ahí no creía ni un trébol! No podría mantener mis plantas por más que lo intentara. Terminarían pareciendo un cubito de hielo, si es que yo no lo hacía antes.

Sentí a Lucas posicionarse a mi lado. Llevaba un abrigo gigante para la nieve, por lo que él no parecía muy perturbado por la temperatura, aunque creía que era toda una actuación, podía apostar a que estaba sufriendo internamente. Hicimos contacto visual, pero apartamos la mirada rápidamente, no sin antes notar la sonrisa que se posó en sus labios, ¿qué significaba esa sonrisa? ¿Me iba a secuestrar y dejar congelar en la nieve?

El guía se detuvo frente al bar y señaló a alguien para que saliera. Luego de unos segundos una chica con el cabello castaño liso y unos ojos igual de oscuros salió. No se veía mayor; de hecho, parecía de mi edad. Llevaba una chaqueta gruesa de color blanco y unos pantalones de color negro, junto con unas botas de invierno.

El guía le dijo algo en español que no pude entender muy bien, pero parecía que le estaba pidiendo un favor. Cuando observé mejor, tenían un gran parecido, por lo que supuse que serían padre e hija.

—Hola, soy Sofía —se presentó la chica. Tenía una voz muy melodiosa, es decir, me gustaría tener su voz, yo ni siquiera podía escuchar los audios que enviaba cuando... tenía celular.

—Sofía es mi hija —explicó el guía y un poco de orgullo se instaló en mí por haber adivinado su conexión. Un paso más y me convertiría en Sherlock Holmes—, se encarga de The Haus, el bar, y de las actividades, así que si ustedes quieren apuntarse a clases de algo, le consultan a ella.

La chica se despidió de todos y se fue, no sin antes darnos un vistazo a Lucas y a mí.

El guía nos siguió mostrando todo y nos dijo que The Haus tenía un sótano en el que había una mesa de pool, algo para lanzar dardos y videojuegos. A Lucas le brillaron los ojos con la última noticia y tuve el presentimiento que él pasaría la mayor parte de nuestra estadía ahí.

CLEAVED | TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora