XXXV : La cena

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El invierno realmente estaba aquí, si los veranos eran fríos los inviernos en estas tierras podían arrancarte los dedos si no te cuidabas. Caminar con el cuerpo y pelo húmedo por el bosque hasta su casa no fue buena idea ¿Pero que mas podía hacer? Había estado tan desesperada por lavarse la mugre de encima que ni siquiera había tomado una manta para cubrirse o ropa para cambiarse. Una vez que llegó tiró a Leviatan y sus ropas dentro de la cabaña, quitándose con desesperación aquel vestido verde, quedando nuevamente desnuda, fue hasta la casilla de troncos, tomo unos y se metió con prisa en su cabaña.

Sintió sus pies descalzos extrañamente cómodos, al mirar hacia abajo se encontró con una piel de oso, aquella que Kratos llevaba la noche que se conocieron. Ella pensó que al volver quizá se encontraría su casa revuelta gracias a que el dios habría venido antes que ella, habría buscado en cada rincón y finalmente se hubiera marchado con sus espadas en mano, dejándola por fin en completa soledad y paz, paz que ella ansiaba tener para poder olvidarle con mas tranquilidad. Pero no, el seguía aquí, perturbando su ansiada paz.

—Debería haberte dejado morir aquella noche —Dijo apretando sus puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos, no lo decía en serio, pero estaba enojada, y necesitaba desahogarse. Suspiró y encendió un fuego, sentándose sobre la piel frente a las llamas, calentándose, comenzó a peinar su cabello con sus dedos, usó un aceite aromático que encontró en la aldea por unas monedas, su aroma a plantas del bosque era realmente delicioso.

Se hizo una trenza simple que caía por delante de su hombro izquierdo. Buscó entre las pocas pertenencias que tenía al final de la cama, de allí tomó un vestido blanco de fina tela que hacía de ropa interior, por encima se colocó otro vestido de lana de color gris oscuro, luego por encima una falda de un gris mas claro, también de lana gruesa, una especie de top color verde que llegaba hasta por debajo de sus pechos, finalmente una capa de pieles de lobos trenzadas que había hecho ella misma. Finalmente había entrado en calor.

Caminó hasta su cama y movió el mueble de pesada madera, detrás de la cabecera, casi al rincón, había una manta blanca, al abrirla sobre la cama se encontró con las extrañas espadas que Kratos portaba consigo la primera vez que lo vio. Acarició la hoja con la yema de los dedos, esta estaba bastante vieja ya, se le notaban los años de ser usada, aun así parecía no perder valor para el dios blanco y rojo.

Fue inevitable preguntarse cual era la historia que unían al dios con estas armas.

Ω

El cielo estaba oscureciendo, la luna estaba en lo alto y las estrellas comenzaban a dejarse ver, un frío invernal y un leve viento lluvioso azotaban toda la zona, Kratos comprendió que el invierno estaba aquí. El había llegado hace un invierno después de todo a estas tierras, así que sabía lo que se venía, la diferencia de este invierno al anterior sería que esta vez estaría mas preparado.

Colocó la carne de jabalí trabajada en una vara de metal por encima de las llamas de su fogata, en el exterior de su carpa, volvió a adentrarse en esta y de un cofre que había encontrado en un templo, y del cual se adueño, sacó una botella de vidrio con un liquido obscuro dentro, cuando lo había olido la primera vez supo que se trataba de alcohol, y esta no era la única botella que había tenido, no, había encontrado dos mas que terminó usando para poder dormir en paz en las noches, por que nuevamente las pesadillas lo atacaban y el alcohol lo ayudaba a pasarla mas tranquilo, le permitía perderse en la obscuridad y no pensar en nada. Esta botella estaba destinada a tener el mismo final que las otras dos, pero hoy hubo un cambio de planes, hoy se la ofrecería a la cazadora.

Salió de su carpa con la botella en mano y ella ya estaba allí, Faye, parada delante de el, lo que se interponía entre los dos era el fuego y la carne siendo cocinada. Nuevamente la mujer llevaba esa obscura sombra de ojos que hacía resaltar el celeste de sus iris, llevaba una capa de pieles encima, medio abierta, el notó debajo de esta unas ropas que jamas la había visto usar, un vestido, con falda alta y un top verde, su cabello largo caía en una trenza por sobre su hombro izquierdo, se veía realmente diferente, sin perder su ferocidad norteña, claro, las prendas podían ser mas femeninas pero el grosor de las telas, la sombra obscura de sus ojos y su hacha asomándose por detrás suyo hacían que su esencia no se perdiera.

Nórdico | God Of WarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora