XLVI: Sin retorno

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La mujer camino durante toda la noche siguiendo el rastro de su esposo y su hijo, sin descanso, no estaba muy preocupada, no habían mas huellas que indicaran que los seguían, ni señales de lucha por el camino, solo corrían, y a medida que avanzaba comenzaba a entender hacia donde se dirigían. Pronto, junto con la salida del sol, se encontró llegando a las tierras de Vala, pasando el umbral diviso dos figuras conocidas que caminaban hacia ella, una mayor y una menor, la mas pequeña no tardo mas de unos pocos segundos en correr hasta ella y saltar para ser recibida con los brazos de la mujer abiertos. -¡Madre, estas bien! -Soltó el pequeño emocionado a la vez que era acogido por el cálido cuerpo de su madre y enrollaba sus piernas alrededor de la cadera de ella. -Eso debería decir yo, pequeño lobo -Dijo sonriendo con esa cálida voz llena de amor maternal que a Atreus tanta calma le transmitía. Kratos llegó hasta Faye y esta no espero para hablar -. ¿Que ah pasado? eh encontrado cadáveres en casa. -Hombres osos nos atacaron, era peligroso dejar a Atreus solo, vinimos a lo de Vala en busca de ayuda... La mujer falleció. -Esto último lo dijo con cierto pesar, sabía que su esposa no tenia amigos ni familia, como el, y Vala era una de las ultimas personas con las que ella podía conversar de vez en cuando, y la mujer había muerto por su culpa. Faye puso los ojos en blanco y luego observo la cabaña de la bruja que quedaba detrás de Kratos, y la hoguera que había unos pasos delante. Entendió que su esposo le había hecho una pira funeraria a la mujer. -Entiendo ¿Ustedes están bien? -Preguntó a su esposo sin mas, el asintió -. Bien, vamos a casa. El hombre asintió, Faye dio media vuelta y los tres volvieron caminando rumbo a sus tierras. Durante el camino de vuelta a casa, el pequeño Atreus se encargo de relatar a su madre, con lujo de detalles, de la pequeña aventura que había tenido con su padre, Faye sintió que su corazón sonreía cuando el pequeño demostraba tristeza por la muerte de Vala. Ese acto solo confirmaba que su hijo era un muchacho de buen corazón, y ahora que sabía que su tiempo llegaba a su fin, sabía que podría morir con mas calma. *** La repentina tos la golpeo tan fuerte que no pudo evitar dejar caer el pico que usaba para arar la tierra de su huerto, para seguido tambalearse hasta llegar a la pequeña carpa que había a unos metros. Se sostuvo de uno de los postes que mantenían en pie la carpa, y se deslizo por este hasta llegar al suelo. Cada tos que expulsaba le provocaba un agudo dolor en el pecho y la garganta. Cuando pudo calmar su garganta su mano temblorosa se alejo de su rostro y entonces pudo ver su palma llena de manchas de sangre, la que era tan espesa y venia en tanta cantidad que comenzaba a gotearle por el brazo. -Oh aguja, eso no se ve nada bien. No se sobresalto al escuchar la voz de su viejo amigo, mas bien bufo una risa mientras llevaba su mano a su pecho adolorido, tratando de sostenerlo y así contener un poco el dolor. -Tyr... Has tardado mucho en venir a verme -Dos piernas masculinas se dejaron ver por su izquierda, llegaron hasta el frente de ella y entonces se agacharon, dejando a Tyr sentarse en el suelo frente a Faye, con una rodilla levantada recostó su antebrazo sobre esta y le sonrió de lado a Faye-. Estas igual de joven y feo que el último día en que te vi. -¿Feo? ¿Yo? ¿Que dices niña? En mis tiempos las mujeres morían por estar conmigo, mis esposas peleaban para poder compartir el lecho con el dios de la guerra -Faye dio atisbos de una risa que fueron ahogados por la tos -. Oh Laufey... Parece que no estas nada bien. El arrugo sus cejas, cuando Faye retiro nuevamente su mano de su rostro el dios de la guerra pudo ver las gotas de sangre que escurrían por los labios de la mujer. Ella volvió a colocar su mano sobre sus costillas, exactamente en el lugar donde la hija del dios del trueno la apuñalo hace tantos años. La Jotunn forzó su voz para hablar, se notaba que cada letra que salia de su boca era como una pequeña puñalada en su interior. -Parece que estoy muriendo, amigo mio, ah llegado mi fin, y las respuestas que tanto buscaba finalmente llegan a mi, demostrando que fui engañada y utilizada. -¿Engañada y utilizada? -Pregunto el dios ladeando el rostro -¿Por quien? -Por mi gente... Por ti... -Un enorme e incomodo silencio los baño, Faye miraba fijamente al dios y este, con pena, le sostenía la mirada, y antes de que el pudiera negar nada ella continuo hablando -. No te atrevas a mentirme de nuevo, a negármelo, me utilizaste para que trajera al mundo a Loki, usaste mi deseo de venganza para engañarme, me hiciste abandonar a mi pueblo, evitaste que luchara contra el dios del trueno... El día de la masacre de Jotunheim podría... Yo podría haber luchado, habría salvado a mas de un Jotun con mi hacha. -Faye... Eso no es verdad y lo sabes -el rostro de Faye se demostró molesto-. Siempre supe que morirías fuera de Jotunheim, y lo siento, pero así debía ser. Aun así tu diste vuelta el destino. Yo te deje crear tu camino. Fuiste reina, guerrera, amada, protectora... Nada de eso estaba planeado, nada de eso debía ser, pero fue, tu formaste tu destino, y sin quererlo este te llevo de igual manera hasta Loki. Faye estaba inmóvil, como ida. Pensando en las palabras del dios. Cierto era que hace décadas había dejado de sentirse utilizada, que ella misma había evitado que manejaran su vida, en el fondo, si bien al final había llegado al destino deseado, sabia que podía morir en paz por que su vida la vivió como quiso. Bajo la mirada que comenzaba a humedecerse y sonrió levemente, la voz que salio de su garganta no fue la joven y guerrera Faye que siempre se escuchaba, fue la de una mujer mayor, cansada, pero en paz con la vida. -¿Y ahora que sigue, amigo mio? Tyr sonrió a su amiga, su rostro risueño y ojos llenos de cariño le transmitieron un enorme calor al helado cuerpo de la Jötunn. -Ahora mi promesa se cumplirá, es tiempo de que vuelvas a casa, amiga mía. El viento, los copos de nieve y los cultivos del huerto chocando entre si observaron a los viejos amigos en un silencio natural. ***** Estaba por oscurecer cuando Kratos llego a casa ese día, entro en la cabaña de madera, dejándose envolver por el calor familiar de las llamas del pozo de fuego, mas sin embargo rápido noto que algo hacia falta. El pequeño Atreus de diez años se encontraba sentado delante del pozo, con sus piernas cruzadas delante de él, fabricaba un lápiz con una madera cuya punta había quemado y emparejaba con un cuchillo. El pequeño había dejado su quehacer al ver a su padre entrar en la casa, se le veía confundido, al igual que el mayor. Un silencio medio incomodo los inundo, estaba claro que la relación entre los dos no había mejorado con los años. Kratos observo el lugar, no fue difícil notar que era lo que faltaba. -¿Donde esta tu madre, niño? -No lo se, aun no regresa, se fue hoy temprano mientras dormías. -¿Ah ido de caza?- Era usual que cuando Faye se iba de caza de vez en cuando no volviera por dos días, pues estas zonas no estaban muy llenas de animales. El pequeño negó con la cabeza rápidamente. -No, dijo que iba a ir al huerto, que aun quedaba del jabalí que trajiste el otro día -Kratos, estoico como siempre se giro pensante, observando el exterior a través del marco de la puerta abierta-. Ya debería haber vuelto ¿Verdad, padre? La preocupación en la voz del pequeño fue obvia, Kratos giro y se encamino hacia afuera. -Iré a por ella, espera aquí, niño, manten la casa caliente. El pequeño asintió mientras su padre se retiraba del lugar. La nieve caía con tranquilidad por el paisaje, aun se veía el verde de las plantas debajo de las capas blancas que las cubrían, el clima era frio, pero sin duda era pasable, habían días que hacia tanto frio que ni su esposa ni su hijo podían salir de la casa. El huerto de Faye quedaba algo lejos de la casa, en una zona dentro de sus tierras protegida por algunas montañas y rocas, para que así el frio no golpeara tanto los vegetales de Faye. Fue lo mas rápido que pudo hasta allí, no era idiota, notaba un cambio en su mujer desde hacia un tiempo, aveces la escuchaba toser, o dar leves quejidos de dolor, la vio gritarse pomada para el dolor en el cuerpo cuando se bañaba, algo le sucedía, pero ella no quería admitirlo, hoy lo haría, el le hablaría de eso. Estaba decidido. No era un hombre metido, pero su mujer podría estar enferma, y ocultarlo no la ayudaría. Así que sin duda hoy la obligaría a hablar, ella ya no iba a poder seguir fingiendo. A estas alturas comenzaba a molestarse un poco. Llego al huerto. Decidido a enfrentar a la cazadora, entonces sintió que su mundo se derrumbaba por una milésima de segundos, por que en menos de un pestañeo uso toda su voluntad para levantarlo y seguir siendo el fuerte hombre que era. Corrió hasta la carpa donde se encontraba Faye, tendida en el suelo. Se arrodillo a su lado y la acunó entre sus musculosos brazos. Tratando de sentir el movimiento de sus costillas al respirar, pero este era leve. Muy leve. -Mujer -la llamo, zarandeándola un poco-. Mujer, despierta. La sacudió de nuevo, corrió uno de sus mechones rojos de su hermoso rostro pecoso. Ella hizo una mueca y abrió los ojos. Sus labios estaban secos y su mirada perdida. -Esposo... Viniste por mi...- levanto su mano con cuidado y dificultad hasta llegar a la mejilla peluda de su hombre-. Me alegro, si por algo eh de derramar lagrimas fue por que pensé que no los vería nunca mas... Que no podría… Despedirme -basta -Los ojos del espartano estaban oscurecidos, estaba molesto-. ¿Por que has hecho esto? ¿Por que me has ocultado esto? Nos iremos ahora, buscaremos una -la mano de la mujer se coloco sobre los labios del hombre, acallando sus palabras. -No esposo, no hay cura para un cuerpo muerto. Por eso no te lo dije, no deseaba... Agobiarte... Lo siento... Este es mi fin. Su voz era tal dulce como siempre, pero por encima el notaba el resecamiento de su garganta, su cansancio le había ganado, su cuerpo ya no podía moverse, sus pulmones ya no podían llenarse... Era el fin. En silencio, la frente del espartano choco con la de la mujer con suma delicadeza, conectándose el uno con el otro, con un solo significado. *** -¿Estas despierto? -Pregunto con su adolorida garganta, el pequeño que estaba en la cama de al lado se giro hacia ella. -Si. Lo siento, me cuesta dormir. Faye levanto su cabeza para ver los hermosos ojos de su hijo, tan grandes y llenos de bondad. Brillaban por si solos. Aunque ahora mismo estaban bañados por algo muy grande y pesado, tristeza y preocupación. Ella sonrió risueña y levanto las pieles de su cama, invitando a su hijo a acompañarla en el lecho. El pequeño dudó un poco, quizá por la presencia de su padre detrás de la mujer, pero finalmente cedió. Se levantó en silencio y camino hasta su madre, metiéndose junto con ella debajo de las cálidas pieles y dejándose enrollar por los grandes brazos de la mujer. -Cuéntame, cariño. -Yo... De verdad no hay alguna manera de- pero Faye lo interrumpió. -no, ya te lo hemos explicado, yo voy a partir, y no hay marcha atrás. Pero no te preocupes, yo siempre voy a estar con ustedes… -tosió seco, luego de aclararse la garganta estiro la mano por sobre el cabezal de su cama y tomo una bolsa de cuero que había allí, luego se la dio a Atreus. Este, curioso, no tardo mas de dos segundos en meter la mano dentro y sacar lo que había en su interior, encontrándose de cara con un cuaderno de cuero trenzado a mano, todo en blanco. Sonrió y miró a su madre con los ojos iluminados. -¿Para mi? -Preguntó ilusionado. -Por supuesto, mi pequeño lobo... -El pequeño observo la tapa de cuero, en la parte delantera había una mano dorada dibujada, no hizo falta mas que colocar su pequeña mano sobre el dibujo para saber que era la mano de su madre. Ambos se miraron, y bajo el cálido fuego y las abrazadoras pieles se sonrieron, para poco después ambos caer en un profundo sueño.

Nórdico | God Of WarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora