D a m i á n
La Vale iba golpeando la botella de Coca Cola vacía en sus rodillas como pendeja chica, mientras miraba el cielo y contemplaba con fijeza cómo estaba anocheciendo. El cielo y las nubes se tornaban de un extraño color rosado, y la Vale no se aguantó las ganas de sacar su celular y sacarle una foto.
—Y ahora lo vas a subir a una historia de Instagram, vas a poner la hora, y lo pondrás en una historia destacada de paisajes que no tienen ni un brillo... —La webeo y le levanto una ceja, con una sonrisa ladeada esperando alguna puteá de su parte.
—Las fotos las dejo para mí. Me gusta tenerlas. —me responde, con un tono de voz suave y sin parecer ofendida.
—Ah. —me avergüenzo un poco al darme cuenta de la inocencia de la Vale en momentos como este—. Y no. No me gusta la Sprite.
—¡Qué! ¿Cómo no te gusta la Sprite, hermano? Es mucho mejor que la Coca. —La Vale se escandaliza, sin detener el paso.
—Nop.
—Te toy diciendo que sí. —Insiste y yo me río.
—Ya bueno, sí... —Le doy en el gusto.
Llegamos al kiosquito que estaba a un par de cuadras de mi casa. Dejamos la botella encima del resto de otras botellas y saco finalmente una Fanta, para no darle en el gusto a la Vale pero tampoco darme en el gusto a mí.
—Hola po, Damián. ¿Polola nueva o la amante? —pregunta el dueño del local, refiriéndose a la Undurraga.
—Amiga. —aclaro—. ¿Cuánto es la bebida?
—1250 pesos.
Le paso la plata y cuando me estaba dirigiendo a la salida del kiosquito, me doy cuenta que la Vale se quedó hablando con el don Calvo —así le dicen porque es pelaito— y de la nada el Calvo le da una caja de cigarros mientras la Undurraga le pasa una colección de moneditas de cien pesos.
Ni siquiera a mí me vende cigarros ese culiao.
—¿De cuáles compraste? —Le pregunto en vez de regañarla por su patudez, ella se adelanta y saca un cigarro el cual aún no distingo bien de qué marca es o si es que tiene clic. Sale del local finalmente y yo, con la botella en la mano, apresuro el paso para repetirle la pregunta—. Oye po, ¿Qué puchos son?
—Pall mall mentolado de diez. —Saca un encendedor del bolsillo de su faldita y enciende un puchito, ralentizando el paso y relajándose un poco—. ¿Quieres uno?
—No, gracias —le niego abruptamente—. No fumo cigarros.
—Ah, está bien. Qué bueno que no fumes. —Y le da una calada.
La verdad es que no entiendo exactamente por qué la gente fuma cigarros; sé que al principio te marea un poco y mezclado con copete te subes mucho, pero después sólo es inhalar y exhalar humo. No es mucha ciencia. Con toda la plata que gastan en cajetilla de puchos podrían gastarla en marihuana, o incluso en cosas más importantes como ropa, comida y ese tipo de weás necesarios para subsistir.
Y tampoco puedo comprender por qué la Vale fuma cigarros, por qué alguien de su status y con ninguna necesidad no cubierta se mata lentamente fumando nicotina, tabaco y químicos mezclados. Si no la conociera, en mi vida pensaría que se droga o que fuma puchos. Pero tampoco puedo ser tan barza para preguntarle cara de raja por qué fuma si, al menos, superficialmente se ve que tiene toda la vida comprada y resuelta.
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volao culiao
Teen FictionDe cómo la Vale le ayuda a vender mota al Damián, un weón drogo con polola.