t r e i n t a y 5

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Valentina

—Ni siquiera te ha mirado, weona —La Cata me dice, chupeteando su coyac rojo.

—Es porque está con sus panas no más. —le explico, aunque sé que estoy mintiendo.

Hoy, después de mucho tiempo, el Seba no se animó a saludarme. Me vio en la entrada del liceo, fijó su mirada en mí pero en su rostro había una expresión neutra, como si no me conociese. Esperé que se me acercara a implantarme un besito en la mejilla... como de costumbre, pero pasó de largo rozando mi brazo y me pegó la desconocida.

Obviamente no le dije a la Cata. Si la Cata se enteraba de la actitud del Seba ella misma iba a encararlo a preguntarle qué weá, y no quería eso. Sería agrandar el problema como una bola de nieve descendiendo y sería penca pa' ambos.

El Seba estaba en el otro extremo del patio bajo un árbol con cuatro amigos más. Todos estaban cagadísimos de la risa y haciendo puras weás de neandertales. El Seba me estaba dando la espalda, pero podía notar que se estaba riendo caleta porque su espalda no paraba de agitarse.

—¿Qué hablaron anoche? —me pregunta—. Supongo que le hablaste...

La Cata y yo estábamos apoyás en la pandereta de cemento, viendo a todos los weones pasearse en el recreo de aquí para allá. 

—Na' del otro mundo. Fue piola y no discutimos ni na'. 

No quería mentirle a mi mejora, pero sé que si le decía la verdad ella me pararía los carros a mí y al Seba.

Y en volá igual la Catita podría ser una mediadora y arreglar las cosas entre él y yo, pero sentía que la iba a meter en un cacho que no la involucra y sé que yo debo desanudar la situación.

—¿Y qué weá pasó con el Damián? —comienza a interrogarme.

—El Damián está pololeando. Deja de preocuparte por esa weá. Entre él y yo no va a pasar nunca na' —declaro firmemente—. ¿Qué vai a hacer el viernes por la noche?

—Volarme. ¿Por qué preguntai? —me contesta con total naturalidad.

—Es que hay un vacile masivo que está armando una productora y weás, y buta, estaba pensando en que podíai ir conmigo. —le doy la idea y ella no parece tan convencida.

—Van a estar todos los weones del liceo en ese carrete culiao'. Qué vergüenza. Aparte no soy de ir mucho. Estaría en un rinconcito viendo cómo te pelai con weones. —me explica su reacción.

—Nunca has ido a un carrete así po, Catita. Yapo, ven. Será terrible pulento. 

—Lo voy a pensar weón, si vo' sabís que yo soy de carretes en casa no má.

El timbre sonó y con la Cata esperamos a que toda la manga de homo erectus entraran primero para que nosotras nos evitemos todos los empujones y el olor a ala.

Y pa' colmo, el Seba también está esperando a que todos los simios entraran.

Fue inevitable mirarlo. Crucé los dedos queriendo que el weón también conectara sus ojos en mí. Aunque estuviéramos a muchos metros de distancia, podía admirar su perfil terrible lindo. Sus flaps que sobresalían de su característica gorra y su mandíbula marcadita.

Finalmente la Cata, cuando cachó que el Seba ya estaba caminando lentamente pa entrar, me agarró del brazo y se apresuró también.

—No quiero conchetumare. —le grito susurrando.

—Ay, weona. Si no le vamos a hablar. Pero pasaremos al lado de él. —Me tironea aún más el brazo.

La Cata se adelantó lo suficiente como para que nosotras le diéramos la espalda al Seba. Cuando me di cuenta de eso todo en mi cuerpo se puso rígido. No sé por qué, pero comencé a caminar como weona. Mis pies no se coordinaban y na'. Estaba terrible nerviosa y avergonzada.

volao culiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora