v e i n t ê

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I n g r i d

Lunes; vaya lunes, te paso por el choro. De verdad que me causaba tanta fatiga saber que se reinició la semana y hay que venir a clases.

En la clase, el Damián ni siquiera me dirigió la palabra. Simplemente existía dentro de una sala de clases, mirando fijamente las diapositivas que mostraba el profe en la pizarra y webeando con sus lápices pasta entre sus dedos. Me ponía los pelos de punta saber que él no se preocupaba en mí en lo absoluto, ni siquiera se ha dado cuenta que lo he estado observando hace más de media hora.

—¿Qué tanto mirai? —La Kio me pregunta en voz bajita, casi susurrando.

—Nada —Me giro inmediatamente para dejar de ver al Damián y miro mi cuaderno—. Buscando la respuesta a algunas cosas.

—Ah... —La Kio observa al Damián y después me contempla a mí—. ¿Cómo van las cosas entre él y tú?

—Creo que bien. Es que... —Me rasco detrás de la oreja y mi lengua busca los movimientos correctos para no tartamudear—. Es todo tan normal.

—¿Ayer te pescó algo? ¿Te mandó algún mensaje? —Me sigue preguntando y yo ladeo mi cabeza—. Ah.

Ella hunde su lápiz fuertemente en la hoja muy concentrada, evadiendo el tema, siendo que ella me preguntó y me sacó la volá del Damián y la mía.

—¿Pa qué preguntai?

—Por nada. Era pa cachar no más. —finaliza el tema y cada una sigue prestando atención a la clase.

Y una que otra pregunta sobre mi madre no paraba de revolotear en mi cabeza: ¿por qué mentirnos sobre que aún sigue trabajando? Tal vez es sólo un malentendido y tiene pega en otra parte..., ¿pero por qué no decirnos? ¿de dónde saca todo el dinero para llevar la comida a la casa? ¿estará bien mentalmente? Quizás tenga que llamar a su psiquiatra o algo así, porque me da tanta wea acercarme y comentarle todas mis dudas. Mi vieja es como una muñeca de cristal, y cualquier cosa la puede romper.

El timbre sonó y ni siquiera pude pararme tranquila de la silla cuando la Kio se fue hecha un peo hacia donde el Damián, quien lo agarra por el brazo y se lo lleva fuera de la sala.

—¿Qué vai a hacer ahora? —Se me acerca la Cami.

—Esperar a la Kio... —Me giro un poquito para ver de soslayo qué está haciendo mi mejor amiga con el Damián.

—¿Vamos a buscar el pancito de la juna? —La Cami me espanta de nuevo.

—Buenop.

Cuando salimos de la sala miro a todas partes hasta que me doy cuenta que la Kiomara está terrible cuática retando al Damián, pero aun así no puedo alcanzar a percibir qué weá le está diciendo con tanta rabia. El Damián, por otro lado, estaba respondiendo y siendo completamente indiferente a los gritos de la Kio. 

Llegamos a la juna después de atravesar el patio y, mientras comía el pan con huevo que me dio la señora del casino, pienso y me cuestiono si de verdad valdrá la pena cuestionar otra vez al Damián si realmente estamos bien. Y justo, como señal de diosito, la Kio llega a mi lado.

—¿Qué tiene el pan? —me pregunta, haciendo como si nada.

—Huevo —le respondo y ella hace una cara de asco—. ¿Por qué saliste tan rápido de la sala?

volao culiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora