40 & t r é

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Valentina

Veo sin parar la bolsita llena de tripas encima de mi cara, mientras que mi brazo la tambalea lado a lado. Es como un juego que me hipnotiza caleta. Igual me da curiosidad probar uno, pero investigando me di cuenta que en volá me iría en el medio mal viaje. Todavía no estoy prepará. Así que simplemente vislumbro el papelito transparente que las envuelve y recuerdo lo que el Damián hizo. Apretar mi mano siendo que noches antes estábamos tan cerca de comernos me frustraba. No sé por qué mi mente pajarea tanto en eso. Le estoy dando vueltas al tema como un trompo, porque tampoco es un asunto del que tenga una explicación clara.

No hemos hablado nada desde que lo vi ayer afuera de las rejas de Friedman. Cuando se lo comenté a la Cata ella quedó alucinando, sobretodo porque la weona lo encontró más mino que la chucha. Como que la weona ya está superando el Sebantina y ahora está el team Damiantina. Pero me enerva eso por el hecho de que, weón, ni siquiera sé qué pensar respecto al Damián.

De vez en cuando lo psicopateo en instagram, pero, aparte de eso, na'.

Veo la ventana de mi pieza y recuerdo cuando dormimos juntos.

¿Quién chucha le presta la cama a algún culiao que acaba de conocer? Yop. La mismísima.

—¡Valentina! —Mi mamá grita desde abajo y me quedo callá pa' que siga hablando—. El Seba está afuera del condominio, ¿Lo dejo pasar?

Dejo caer la bolsita de tripas en mi cara sin antes regañar.

—¡Valentina! Te estoy hablando.

—No, no. Yo voy. —Me pongo de pie rápidamente y guardo la bolsita en el cajón—. Espera.

Me pongo zapatillas y bajo las escaleras con rapidez.

—¿Por qué no lo quieres dejar pasar? —pregunta mi mami, doblando el mantel de la mesa para guardarlo—. Podrías aprovechar de invitarlo a tomar once.

Buta que me da lata cuando mi mamá se entusiasma cada vez que el Seba viene. Antes me tincaba que viniera, era bacán. Todo era risa y weás. Pero ahora no estoy en esa pará po'. Y no sé cómo hacerle entender a mi vieja que el Seba ya está descartadísimo pa' mí. Nunca fue una opción tampoco, nunca me quise obligar a sentir cosas por él.

—Porque no quiero, mamá. La pulenta. Otro día a lo mejor sí. 

Ella suspira y sigue haciendo sus cosas.

Salgo rápido de mi casa para aproximarme a la entrada del condominio, donde, desde lejitos, puedo distinguir la silueta del Seba afirmándose en el portón.

Ni siquiera sé pa' qué vino. Comúnmente me avisa, pero hoy fue la excepción.

Aparte salí toda indecente. Unas calzas negras, un polerón gris anchísimo, un cuello rojo y unas zapatillas adidas negras. Dejo cualquier weá qué desear.

Él estaba con unos jeans negros, unas zapatillas cafés y una polera decolorá de color negra con ladrillo. No tenía na' en su pelo, ni siquiera su típica gorra.

—Hola, Seba. —digo, sin tanto ánimo y de manera entrecortada—. ¿Qué andai haciendo por aquí?

—¿No me vai a dejar pasar? —cuestiona él y yo lo miro, haciéndole entender que no quiero—. Chuta. Andai media pesá.

volao culiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora