t r e i n t a

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Damián

—¿Por qué invitaron a la Vale? —pregunta la Ingrid, mientras caminábamos hacia el Doggis después de habernos despedido de la zorrona—. O sea, ella tiene su grupo de amigos y no sé si le caigamos bien.

Obviamente y pa' no cagarla, prefiero quedarme callado. No es que sea secreto que la Vale y yo hablamos y toda la weá, pero sé cómo reaccionaría la Ingrid y no puedo cagarla siendo que llevamos tan poco teniendo un pololeo oficial. Sé que si se entera de que la Vale y yo estamos entrelazados por un negocio —que, por cierto, la Ingrid no sabe que sigo vendiendo— me va a cuestionar la confianza que le regalo a ella en comparación a la Vale.

Si es que me preguntan qué opino de ella, intentaré decirle la primera impresión que tuve cuando la vi en su vacile y quedó la cagá. Porque claro está que la opinión que tengo de ella ha cambiado a lo largo del poco tiempo que llevamos hablando.

Igual, si supieran que he dormido con ella en su casa después de fumarnos un pito y bajonear en la Fuente Nacional me harían todos el medio show. 

—Weón, la Undurraga es muy pulenta. ¿Por qué creí que es tan faralita? —La Kio exclama.

—Porque está rica. —El Nico susurró y yo enseguida lo miré.

La Vale le dio el cigarro al Nico, diciéndole que ya había fumado lo suficiente y que no era necesario que le diera otro, así que el pucho que estaba fumando el Nico era el mismo que estaba calando la Undurraga.

Todos, al escuchar lo que dijo el Nicolás, lo observaron... en especial la Ingrid, quien lo miró con una expresión bastante neutra. Como son exs, es lógico que a la Ingrid no le guste algunos comentarios que tire el Nico sobre las minas, pero de repente me paso rollos pensando en que aún hay química o atracción entre ambos.

Pero filo; sé que el Nico no la va a pescar. Él es muy pelado y nadie sabe realmente cuál es el número real de las minas que se come a la semana... o al día.

—Txiuu, otra pa'l ganado. —La Kio webea—. Na' pero, estuvo bien que la hayamos invitado. En volá podríamos ser panas de ella. Tiene la perra casa más encima weón.

—Qué erís interesada. —La Cami comenta.

—No soy interesada, pero siempre invadimos la casa de la Cristi porque es la que tiene la casa más grande. Si somos amigos de la Vale, ella se sacaría casa... ¿me entiendes, me captas? —Kio termina por explicar.

—En la casa de la Cristi estamos bien. —es lo único que digo.

—Tan pesao' que erís de repente, Damián. —La Kio me pega un wate, para después abrazarme—. Na' mentira, pero igual en volá te ponís desagradable.

—No webees a mi pololo. —La Ingrid se entromete, obviamente con una onda de webeo.

Su pololo. Hasta que por fin podemos llamarnos así. Escuchar esa palabra me producía caleta de hormigueo en todas las extremidades de mi cuerpo, pero lo único que atiné en hacer para demostrarle lo lindo que me hacía sentir fue presionar su mano con más fuerza. Me avergonzaba sonreír, sentía que era una debilidad, así que me abstuve de hacer mi alegría más notoria.

—Uy, los pololos. —La Kio repitió y nos adentramos al Doggis.

Habían varios estudiantes, pero la fila avanzó rápido.

Nos fuimos al segundo piso a agarrar puesto y unimos las mesas para que todos cayéramos de pana.

Como era de esperarse, la Kio y el Nico fueron a buscar las bandejas con los completos. Las cabras altiro fueron a colocarle las salsas a sus tocomples, incluyendo la Ingrid. Los únicos que nos quedamos vigilando las cosas era el Nico y yo. 

volao culiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora