30 y t r e s

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Damián

—Y eso po... por eso no fui a clases ayer; estaba en el Centro de Apoyo para Víctimas de delitos sexuales y/o violentos. —Termina de contarme.

—¿No te sientes incómoda hablando de esto conmigo? —pregunto, antes de seguir el hilo del tema.

—No —Sus ojos están rojitos, una mezcla de su lloriqueo y de lo volá—. La pulenta. ¿Tú te sientes raro?

Lo pienso bien.

—Nop. O sea, es raro... porque no somos amigos y nos estamos contando muchas cosas, pero me gusta escucharte. Creo que necesitabas que alguien te oyera.

—Gracias, Damián. —Me dedica una sonrisa cálida—. No es necesario que me aconsejes... no te preocupes. 

Su sonrisa se esfuma apenas nos miramos directamente a los ojos. Era tan extraño. Sus ojos se mantenían firmes así como los míos, pero yo no me sentía atacado u observado. Es más, podría decir que me sentía a gusto. 

No puedo imaginarme la carita de la Vale siendo más chiquitita, pero imaginarme que alguien como ella —o cualquier otra mina en realidad— pudo haber pasado por esas weás se me hacía tan remoto. En volá, creo que igual conocer a la Undurraga me hizo entender que no debo lanzar tallas ni estereotipar a minas, ni criticar la sexualidad de cualquier persona, ni debo juzgar a un libro por su portada... a excepción de los libros culiaos fomes de John Green, siempre la misma weá con distintos personajes.

—¿Para qué me trajiste acá? —La Vale cuestiona, cambiando drásticamente el tema—. Dudo mucho que me hayas traído hasta aquí a cuestionarme el por qué te estoy ayudando... Sería muy de película.

Le diría que es pa' pedirle ayuda con la Ingrid. Necesito algún consejo pa' controlar mi desconfianza y aprender a comunicarme mejor con mi polola, pero siento que no es el momento. Acabamos de hablar de su pasado... Sería muy weón ahora hablar de mis problemas de pololeo.

—Filo con la weá. No importa ya. —digo restándole importancia—. Igual fue pulento invitarte aquí. Sino hubiese sido por eso seguiría creyendo que erís una cuica tirá pa flaite. 

—¿Y lo sigo siendo? —cuestiona entrete, levantando una ceja.

—Cuica sí, pero de las que son wena onda. —le respondo con total confianza y ella se ríe.

—Es injusto igual, yo te conté prácticamente toda mi vida y tú no me has dicho na' de ti —me encara y yo pongo los ojos en blanco—. Ay, no pongai esos ojos. 

—Soy un mino promedio, Vale. Pero yap... ¿Qué querís saber de mí? 

Mientras ella duda en qué preguntarme, veo el cielo. Estaba oscureciendo. El celeste del cielo estaba pálido, pero la luz solar estaba anaranjada. Hacían un contraste perfecto.

Mis viejos no me han llamado, así que supongo que mi papá aún no llega del taller y mi mamá anda en otra. Igual no tengo casi de na' en qué preocuparme; la Monse siempre me cubre cuando llego más tarde de lo normal a la casa.

—¿Qué querís estudiar? —interroga como cabra chica.

—No sé. ¿Tú qué querís estudiar? —le corto el rollo altiro.

volao culiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora