veinticinco te la hinco

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S e b a s t i á n

Ocho de la mañana. Como de costumbre, hago hora en el baño para no entrar tan rápido a la sala. Ahora mismo tengo historia y buta, no quiero presumir porque no soy de andarlo haciendo, pero tengo buena retención de memoria y soy bastante bueno comprendiendo volás de esta materia, así que llegar tarde a la clase del profe Carlos no me preocupaba tanto.

No lo voy a negar: estoy pendiente por si veo a la Vale subir por las escaleras a la sala. Justo la parte del lavamanos está el espejo que refleja la escalera que está paralela al baño de los minos, así que piolamente puedo cachar si ha llegado. El timbre tocó para entrar a la sala y me determiné cinco minutos. Si en cinco minutos no llega la Vale, voy a la sala no más. No quiero sonar como acosador, pero me entusiasmaba el hecho de verla hoy. Generalmente llega temprano, y justo tenía una muy buena invitación pa' ella: invitarla a fumar un pitito a mi casa y regalonear con Rufus, mi perro. Estuve media hora pendiente a la entrada para que la chiquita de pequitas entrara al liceo, y no sé si mi vista me habrá fallado o alguna weá así, pero estoy segurísimo que no ha llegado.

—¿Y usted no debería estar en clases, Montecinos? —El Tortuga llega.

—Es que...

—Es que estás perdiendo el tiempo en el baño, Sebastian —El inspector me sigue webeando—. ¿Estás esperando a la Undurraga?

—¿Qué? —Me saca de volá su pregunta certera—. No. ¿Por qué piensa eso?

—Los chismes corren por este establecimiento, jovencito —Se apoya en el remarco de la puerta con cara de enojao, como siempre—. Anda pa' tu sala mejor. No por nada tus papás pagan la mensualidad de este liceo.

Miro por última vez el reflejo del espejo pa' ver la escalera, pero nada. Ninguno de los weones que estaban subiendo al segundo piso era la Vale.

Suelto un suspiro aceptando la orden del inspector Tortuga y voy pa' mi sala.

Por suerte, el profe Carloncho me dejó entrar y me fui a sentar donde siempre: al lado del Agus. No es mi mejor amigo, pero es un weón pana terrible pana.

—Creo que no vino la Vale. —le comento, procurando que nadie más escuchara a salvo de él.

—Entonces compártete del cero cinco po'. —me webea.

—Siempre me los saco contigo. —lo niego altiro—. Será po'. Tendrá que ser otro día.

—No le mandís mensajes sí po'. Tú sabís que a la Vale no le gustan mucho los minos hinchapelotas. —Agus me aconseja y seguimos prestando atención a la clase.

La hora pasó rápido y apenas tocó el timbre todos salieron de la sala hechos un peo. Yo, a diferencia de la mayoría, me tomé mi tiempo en guardar mis cosas así que salí a los últimos.

Con calma y sin saber con quién juntarme —aunque sé que en todos los grupos de panas me recibirían bien—, logro divisar a la Cata con unas minas. Ninguna de ellas era la Vale, pero como la Cata es su mejor amiga quizás sabría por qué faltó.

—Wena, Cata —La Cata se gira con tranquilidad y me saluda de beso en la mejilla, apartándose de las minas con las que estaba socializando pa' escucharme.

volao culiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora