30. El final de nuestra historia

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30. El final de nuestra historia

Como cabía esperar, comenzaron los destrozos, las desapariciones y los asesinatos. Incluso el clima se había vuelto más frío y turbador.

Pero, tras solo dos semanas en casa de sus tíos, Harry había recibido muy contento, un pergamino de Dumbledore, informándole de que lo llevaría a La Madriguera, después de ayudarle con un favor.

Eso era lo mejor que podía haberle pasado, porque a pesar de que tanto Arthur, como Remus, como Moody, habían amenazado a Vernon en la estación, el comportamiento de éste y de su esposa e hijo, no habían cambiado en absoluto hacia su persona. Aunque se lo imaginaba de antemano.

Cuando el director de Hogwarts se presentó en casa de sus tíos, antes de partir, le contó que Sirius en su testamento le había dejado todas sus cosas, incluidas el número doce de Grimmauld Place, el hipogrifo Buckbeak y al detestable elfo Kreacher, que Harry sin dudar envió a las cocinas de la escuela, con los otros elfos domésticos. Al moreno le hubiese gustado que Remus viviera en la casa que había sido de su padrino, pero como no sabía donde estaba, ni podía escribirle, la vivienda estaría vacía.

En lo referente a Draco, después de la primera semana, se mantuvo atento a la ventana por si Elle aparecía de repente, pero al parecer, el rubio no tenía mucho que contarle todavía. Harry se consolaba porque tenía las fotos que había sacado de ellos dos juntos, y la esfera de Hogwarts que guardaba como un tesoro, y observaba ambas cosas a cada rato.

El favor que tuvo que concederle al sabio anciano, fue acompañarlo en la búsqueda de un profesor, Horace Slughorn, que sentía una clara afición por rodearse de alumnos con un probable brillante futuro en cualquier campo, por lo que aceptó volver a la escuela al ver a Harry.

Una vez en La Madriguera, se encontró con la alegre noticia de que Bill y Fleur iban a casarse el verano siguiente. Aunque a Molly y a Ginny no les agradaba mucho la idea y se veía que no tragaban a la chica de acento francés. Otra cosa buena, era que a Arthur, el padre de Ron, le habían ascendido, dirigiendo la Oficina para la Detección y Confiscación de Hechizos Defensivos y Objetos Protectores Falsos. A los gemelos les iba genial con su tienda de Sortilegios Weasley e incluso vivían en el callejón Diagon. Y esto alivió al de ojos verdes, porque al no estar ni Fred ni George, la habitación de ellos la ocuparía él, y tendría más privacidad por si recibía carta de Malfoy. Así como para mirar las fotos tan celosamente protegidas.

A la mañana siguiente, Harry puso al día a Ron y a Hermione, contándoles la profecía que el director le había confesado el curso anterior, pillando por sorpresa al pelirrojo, pero no tanto a la inteligente chica.

Aparecieron unas lechuzas, que les llevaron las notas de sus TIMOS, y fueron mejor de lo que habían esperado, aunque el moreno, por su nota de Pociones, ya esperaba no poder ser auror, igual que Ron.

Durante varias semanas después, ninguno de los tres salió de La Madriguera. Las desapariciones y los accidentes seguían siendo noticia en El Profeta. Y cuantos más días pasaban, la mente de Harry más divagaba hacia Draco. Pensaba constantemente con quién estaría, si con Blaise o con Pansy. Lo que le mantenía tan ocupado como para no escribirle. Se sentía tentado de escribirle él, pero ¿y si metía la pata? Lucius seguía en Azkaban y tal vez el rubio no estaba de humor para cartearse con el 'Elegido', como lo llamaban ahora. Hermione era la que más lo pillaba en sus estados de ensimismamiento e intentaba tranquilizarlo con evidentes teorías, la que más usaba era la de que ahora que Voldemort había vuelto, no era plan de estar enviando lechuzas de aquí para allá, y menos cuando el Señor Tenebroso estaba deseando echarle el guante.

Te odio...amor (Harco-Slash)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora