—... ¿Quedo claro?— pregunto por tercera vez a los niños frente a mí que me miran aburridos.
—Sí, mamá— responden al unísono irónicos
—No se burlen, no es una broma. Los números para emergencias están pegados en la pared del fondo; si alguno tiene fiebre, intenten barajarla con paños húmedos, si no funciona, van al hospital; si escuchan disparos, se esconden y se quedan juntos; recuerden de lavarse los dientes después de...
—Después de comer y antes de dormir, lo sabemos. Nora te llamó hace diez minutos, si sigues aquí la que va a necesitar el hospital vas a ser tu— interrumpe Jackson, quien se aburrió de mi monologo rápidamente ya que, según él, ya sabe todo esto. Pero no entiende que no me importa que Nora me mate o que él se sepa todo lo necesario, yo se lo diré igual porque no estoy segura de que sepan hacerlo en la práctica y eso me aterra.
—Está bien, está bien, cerebrito. Ahora, ¿quien me va a dar un abrazo de despedida?— pregunto con un nudo en la garganta. No sé cómo es que consigo darles una gran sonrisa a todos los pequeños, pero lo hago. Me muestro como siempre, fuerte y alegre.
Caigo al suelo cuando todos los niños con los que he vivido se me abalanzaron como si no pesaran nada.
—Te queremos— gritan todos juntos. Los extrañare tanto.
—Van a asfixiarme, pequeños diablos— susurro con el poco aire que le queda a mis pulmones.
De a poco se van levantando, dejándome tirada en el frío suelo. Sophie se acerca para ayudarme a levantarme y me abraza cuando estoy frente a ella. No me lo esperaba, pero le devuelvo el abrazo con la misma efusividad y afecto.
—No quiero que te vayas— susurra en mi oído.
—Cuídalos por mí, ¿sí?— la siento asentir y no necesito verla para saber que está aguantando las lágrimas.
Se separa lentamente y le limpió una pequeña lágrima traicionera de su mejilla con mi pulgar. Le dejo un pequeño beso en la frente.
—¡Rebecca!— Nora se encuentra enojada, eso es seguro. No le gusta que la hagan esperar, pero me da igual su puntualidad innecesaria.
—Debo irme, pero prometo volver, pequeños— grito a todos y nadie en especial mientras salgo con mi bolso sobre un hombro.
El pasillo hacia el comedor no es ni muy largo, ni muy corto, pero parece una efímera eternidad caminarlo en estos momentos. Por un lado, no termina más. Por el otro; es demasiado corto.
En la sala están dos hombres. Ninguno parece sobrepasar los veinticinco años, pero parecen mayores de veintiuno. No entiendo para qué quieren adoptarme si no tienen la edad necesaria para ser padres de una adolescente. Si lo que quieren es un juguete sexual, espero que vayan perdiendo las esperanzas, no voy a dejar que nadie me toque un pelo nunca más en mi vida.
—Por fin llegas, el señor Keller ya ha firmado todos tus papeles. Oficialmente, ya no eres responsabilidad mía, querida— dice alegre Nora, quien debería de fingir un poco para que no se note su inexistente cariño hacia todos nosotros.
Uno de los hombres se voltea y reconozco su rostro rápidamente, el niño mimado que casi me golpea con la puerta de su auto.
—¿Teníamos que adoptar a Ricitos?— pregunta con un puchero.
—¿Quién es Ricitos?— le responde confundido el moreno que apareció ayer. Supongo que él es el "señor Keller".
—Tu hermana, al parecer— comenta el niño mimado.
—¿Hermana?— pregunto sorprendida de ello. Seguro se equivocaron de persona y esperan que yo sea la hermana de alguien. Lo lamento, vaquero, pero te toco una hija única.
—Eres la hermana de todos los Panteras ahora— dice rápidamente Keller. Su mirada está dirigida al rubio, advirtiéndole que cierre la boca.
—¿Los Panteras?— cuestiono más perdida que antes.
—Pueden hablar de esto en el camino— interrumpe Nora con la clara intención de echarnos—. Por lo que tengo entendido, tienen un largo viaje por delante, así que deberían de ir saliendo si no quieren llegar entrada la noche.
—Ya nos vamos, Nora, no hay necesidad de ser tan obvia a la hora de echar a la gente— le sonrio con tranquilidad, para demostrarle que nada de lo que está haciendo afecta a ninguno de los presentes y todos notaron que es una mentirosa—. Quería avisarte que si a cualquiera de los niños le pasa algo, ya sea un mínimo raspón en las rodillas, vendré y te haré lo mismo multiplicado por siete, tu numero de la suerte para que no te sientas tan mal. Recuerda que tengo informantes en todas partes.
—Recuerdo que tienes enemigos en todas partes, querida. Y muchos donarían mucho dinero con tal de tener tu ubicación— comenta sonriente.
—Lastima que usted no conoce la próxima ubicación de la señorita Smith, ¿no es cierto, señora?—replica el rubio que hace un rato se estaba quejando de mí. Nora se queda sin palabras ante lo que él ha dicho y yo sonrío triunfante. Al final el rubio no era tan malo.
—Solo váyanse— responde rendida cruzando los brazos.
—A sus ordenes— dice Keller mientras que me agarra de la muñeca y me arrastra, literalmente, a la salida.
No entiendo por qué está tan apurado por irse de allí. Nadie comprende más que yo lo asfixiantes que pueden ser esas paredes y las ganas de huir que te provoca cada objeto que se encuentra en esa maldita casa, pero él estuvo ahí solo por unas horas.
—Alex, deja de correr, no está pasando nada malo— le comenta el rubio al chico que me está tironeando por la cuadra hacia el mismo Jeep todoterreno que quise golpear ayer a la tarde.
—Quiero mostrarle la casa y a los chicos. ¡Estoy emocionado!— comenta eufórico, quizás demasiado eufórico, "Alex".
—Se te nota— le digo intentando que suelte. Su contacto me pone cada vez más nerviosa, no me gusta que me anden tocando. Detesto a los desconocidos, pero detesto más no saber cuáles son sus intenciones.
Cuando nota lo que estoy intentando, me suelta rápidamente, sonrojándose por su ataque de adrenalina repentino.
—Vas a asustarla antes de siquiera llegar a la casa— asegura el rubio.
—Perdón— dice avergonzado Alex. Me encojo de hombros sin saber qué decirle.
—¿A dónde vamos?— preguntó al darme cuenta que no se nada de lo que va a ser mi nuevo hogar temporal.
—Al auto— dice, nuevamente alegre, Keller mientras vuelve a caminar con rapidez a la esquina.
Cómo hace para estar tan feliz, tan temprano a la mañana, lo único que quiero hacer es volver a dormir. Admito que no es tan temprano, pero sigue sin cuadrarme la cantidad de emoción que demuestra.
El rubio, al contrario que su acompañante, no ha bajado la guardia desde que lo vi dentro de la casa.
Son dos polos opuestos.
—¿Quieres que lleve tu bolso?— pregunta mientras nos acercamos al auto, unos pasos por detrás del moreno.
Niego con la cabeza sin darle una respuesta oral, pero él no parece conforme con eso ya que sigue haciendo preguntas:
—¿Llevas todas tus cosas en ese vejestorio?— asiento en respuesta. Debería de quedarle claro que no estoy de humor para hablar con nadie.
Llegamos frente al coche y entro a la parte trasera sin decir nada. Me gusta sentarme en la parte trasera de los autos porque no tengo que sentirme incomoda junto al conductor y, si voy sola, puedo acostarme a lo largo de los asientos sin que nadie me diga nada.
—Entonces, ¿dónde dicen que voy a vivir ahora?
—En nuestra fraternidad—dice tranquilamente el rubio, sentado en el asiento del copiloto.
—¿Dónde?— creo que le escuche mal. No voy a vivir en una puñetera fraternidad.
—En nuestra fraternidad— responde obvio, como si aquello fuera algo normal.
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Soledad entre la multitud
TeenfikceEscapando de un pasado que insiste en regresar, Rebecca vive una vida en la que no se siente bienvenida. Las cosas no le han salido bien y su suerte no ha aumentado con el paso de los años. Desde la muerte de sus padres hasta un secreto desgarrador...