Capítulo 11

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Blanco. Todo es muy blanco. Ni siquiera se plantearon utilizar varios tonos de blanco.

La cama, blanca; las paredes, blancas; la puerta, blanca; las cortinas, blancas. Voy a morir ahogada en el blanco acá dentro.

—Hace mucho tiempo que nadie habita esta habitación, por lo que nunca nos preocupamos por pintarla o modificarla desde que llegamos— explica avergonzado Alex—. Ahora es tuya. Puedes pintarla, decorarla, cambiar los muebles o poner nuevas cosas. Cualquier cosa que necesites, podemos conseguirla.

—¿Tienen aerosoles de colores, de casualidad?— pregunto, imaginando la cantidad de cosas que se pueden hacer en estas paredes. El piso es de madera, por lo que cualquier cosa con colores cálidos puede quedar bien, aunque colores fríos podrían hacer un buen contraste. En cada pared podría hacer algo diferente, podría hasta pintar el techo. Es la primera vez que me siento realmente emocionada en un nuevo lugar. Aunque me siento un poco culpable; no me quiero sentir bien con esto, no quiero estar emocionada lejos de los niños.

—Tenemos algunas, creo que Jordan tiene en su habitación también. Además, en el tercer piso hay muchas cosas artísticas, si quieres.

Asiento con la cabeza mientras me acerco a paso lento a una puerta dentro de la que seria mi habitación. En total son tres puertas, la de la entrada y dos más que no sé a dónde podrían dar. Abro la más cercana y me quedo sin palabras. Es un vestidor.

Nunca en la vida voy a llegar a tener tanta ropa como para llenarlo. No se a quién esperaban para que viviera aquí, pero me es imposible imaginar que alguna pensaron en la posibilidad de que tengo diez prendas de ropa en todo mi guardarropa y que mi armario todos estos años ha sido un bolso viejo y roñoso.

—Augustus puede ayudarte para comprar ropa, supusimos que traerías muchas más valijas, hasta tuvimos miedo de que tuvieras problemas con el espacio.

—Dudo que nadie que adoptarán logrará tener tantas cosas como para quejarse del espacio. Nosotros los huérfanos no tenemos tanto dinero como lo pintan en las películas— comento irónica. ¿A quién pensaban traer?¿La reina?

—Yo... no quise decirlo... así— tartamudea de la misma forma que lo haría un adolescente al que encontraron viendo porno—. Es que estamos acostumbrados a que las chicas tengan mucha ropa, maquillaje, zapatos y esas cosas que vimos como una posibilidad que tú también tuvieras esos gustos. No queríamos juzgarte ni nada por el estilo, solo intentábamos...

—¿Quién es Augustus?— cuestiono cansada de su hablar. ¿Cómo hace para hablar tanto y respirar al mismo tiempo?

—¿Eh?— su cara da tanta gracia y ternura. Se comporta como si fuera un niño pequeño y es algo tierno.

—Mencionaste a un tal Augustus y algo de la ropa. ¿Quién es?— digo tranquila, con paciencia, no queremos que el pequeño cachorro se asuste y corra asustado.

—Oh, Augustus. Él es uno de nosotros, los Panteras. Le apasiona la moda y todo eso así que siempre nos ayuda para elegir qué comprar— explica con una gran sonrisa.

—¿Estudia moda?— pregunto interesada. Nunca había conocido a nadie que se interesara en eso.

—No, estudia biología marina— dice como si fuera obvio—. Le gusta el océano, los peces y eso.

—¿Y qué tiene que ver con la moda?— pregunto confundida mientras me acerco a la única puerta que todavía no vi.

—No sé, no creo que tengan nada en común— comenta pensativo, como si nunca se hubiera planteado aquello. No puedo creer que se consideren hermanos y nunca hayan pensado en ello.

—¿Tú qué estudias?— pregunto abriendo la puerta misteriosa.

—Criminología— responde orgulloso.

—¿Te gustan los cadáveres?— digo pícara.

—No— responde sin entender a lo que mi mente pervertida se refería—. Me gusta resolver los crímenes.

—Que aburrido— comento observando el baño privado de mi habitación. Es lindo y tiene todo lo necesario; ducha, inodoro y lavamanos. Es ideal.

—Los baños no tienen como objetivo ser divertidos.

—No hablo del baño— digo rodando los ojos—. Me refiero a lo de los crímenes. Es aburrido. Además de que es invasivo. No deberíamos meternos en la vida de las otras personas sin razón, cada uno resuelve los problemas a su manera.

—No creo que romper la ley sea una forma muy digna— dice frunciendo el ceño. Está apoyado en el umbral de la puerta de la habitación, con los brazos cruzados. Imito su pose, a forma de burla y su ceño se frunce más.

—No veo porqué habría de seguir las normas que veinte viejos gordos decidieron imponer a millones de personas hace muchos años atrás.

—Las leyes buscan la igualdad social y resolver cuando alguien hace algo malo.

—Nosotros definimos qué es bueno o malo— refuto.

—Matar a una persona no es muy amable que digamos— dice sarcásticamente.

—No creo que matar a alguien sea tan malo como todos dicen— contrapongo tranquilamente.

—¿Alguna vez mataste a alguien?— pregunta tensándose completamente. No sé hasta qué punto le dejaron ver de mi historial policial, pero probablemente hay muchas partes que solamente personal autorizado tiene permitido leer. No tienen permitido dar información sobre un caso que aún se está resolviendo a ningún civil. Puedo imaginarme todo lo pasa por la cabeza de Alex, quien ha decidido tomar toda responsabilidad legal de una extraña sin siquiera cuestionarse su integridad mental o su moral. Probablemente cree que el caso es por un asesinato del que yo fui parte o un culto satánico que se dedica a sacrificar bebés.

—No aún, pero estoy dispuesta a todo— respondo dejando mi bolso sobre mi cama y sacando un nuevo cambio de ropa.

—No creo que tengas que llegar a eso en ninguna situación— exclama espantado. ¡Qué exagerado! —Podrías resolverlo hablando como una persona civilizada.

—Mis problemas no son tan fáciles como para ser resueltos con palabras civilizadas. A algunos se nos hace un poquito más difícil sobrevivir con las leyes que los afortunados de nacer en un barrio lindo con vecinos amables. Nosotros sobrevivimos con la ley de la selva: sobrevive únicamente el más apto y, a veces, deberá pisotear a otros para vivir. Así es la vida— comento simple mientras cierro la puerta del baño a mis espaldas.

Quiero darme una ducha. Odio los viajes largos, siempre te sientes sucio al llegar a tu destino. Sientes como que no te has limpiado en meses.

Aprovecho para usar una gran cantidad de tiempo el agua caliente y uso los productos que ya estaban en el baño. Habían pensado en todo lo básico: pasta y cepillo de diente; shampo, acondicionador y jabón; papel higiénico y toallas. Me siento como en hotel de lujo.

Me dejo llevar por todas estas cosas y me permito tomar un respiro del mundo real.

Soledad entre la multitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora