Capítulo 38

940 66 0
                                    

Estar sola es raro. Sobretodo cuando lo único que estoy haciendo es caminar entre un montón de personas a través de las calles de la ciudad. ¿Es normal sentir que nadie está junto a mí cuando tantas personas pasan a mis lados?

Por un momento separo la mirada del suelo y miro a las personas que caminan por la calle. Todos hacen o piensan algo diferente, sin notar que a sus costados hay más personas como ellos. A veces me pregunto si he estado tanto tiempo dentro de mi mente que he aprendido a no estar presente. 

Como ahora mismo, estoy tan pérdida en las calles que no veo hace tanto tiempo que podría haber un incidente y ni siquiera me daría cuenta. Tengo miedo de que un día todos terminemos así y perdamos la noción del bien y el mal. 

Sería un mundo lleno de delitos. Aunque tampoco es tan distinto a la vida actual de las personas.

Vuelvo a mirar el nombre de las calles y avenidas tratando de verificar si estoy tomando el camino correcto, pero dudo que algún día me aprenda los nombres de ningún lugar así que estoy confiando en que mi propia memoria e instinto me lleve a un lugar seguro. 

Sé que es posible que todo lo que he caminado hasta ahora, sea en vano. Pero llegado este punto no tengo mucho más que perder. Ya perdí a mi familia, mi infancia, mi confianza en mi y en el resto. Creo que ya no tengo nada más que perder que no sea la vida. Y hay momentos donde realmente lo veo como una opción. 

Si desapareciera hoy, nadie lo notaría mañana. 

Me paro frente a la acogedora casa de dos pisos de los Thompson. Al final mi instinto me guió al lugar que estaba pensando. Toco el timbre y al instante me arrepiento. 

¿Qué es lo que estoy buscando aquí que no me hayan rechazado en el pasado? Si ya me habían dejado en claro que aquí no soy bienvenida, ¿por qué tengo esperanzas de que al menos pueda dormir bajo su techo una vez más?

—¿Quién es?— se escucha la voz de la señora Thompson mientras la puerta se abre y nos deja a una frente a la otra. 

—Hola— le digo nerviosa. No ha cambiado casi nada desde que estuve aquí. Solo espero que su carácter haya cambiado aunque sea un poco. 

—¿Qué haces aquí?— me pregunta sería, sin emociones en su rostro. 

—Esto es tan degradante para mí como lo debe de ser para ti— le explico—, así que espero y puedan entender de que no tengo otro lugar al que ir. 

—Ve al punto— me corta rápidamente el discurso que vengo ensayando desde hace por lo menos veinte minutos. 

—¿Podría dejarme dormir esta noche en su casa?— le pregunto con un poco de esperanza de que diga que sí, pero rápidamente veo la negación en su cara—. Juro que no tendrá que verme nunca más la cara y será solamente por esta noche. Si no fuera una emergencia, no estaría pidiéndolo. 

—Te hemos dejado en claro hace tiempo de que no tienes un lugar en esta casa— me indica como si le hablara a una niña. 

—Por favor, no tengo ningún otro lugar— le ruego ya sin dignidad. No quiero volver a dormir en la calle. 

—¿Quién es, mamá?— la voz de Carlos precede a su aparición y por un momento mis esperanzas crecen. Él logrará convencerla.

—Rebecca Smith— le responde tranquila y me sorprende que se sepa mi nombre entero de memoria—. ¿Puedes creer que espera que la dejemos dormir aquí?

El hecho de que se burle de mi desesperación, me duele. Nadie desea encontrarse sin hogar y no es necesario que me trate de esa forma. 

—No ha entendido que la mugre no es bienvenida en mi hogar— sigue la madre de Carlos, clavando la daga más hondo. 

—Madre, compórtate— le reprocha Carlos mientras se disculpa con tan solo una mirada por el comportamiento de su progenitora. 

—¿Estás poniéndola a ella sobre mí?— Carlos se paraliza con la pregunta de su ofendida de su madre y todos mis sueños de lograr que él me deje dormir aquí se escapan corriendo de mí. Esa mujer sabe controlarlo con tan solo un par de palabras. 

—No, mamá. Lo siento— le responde el chico apenado. 

—Ya me parecía. Tú deberías irte a buscar otro lugar en el que dormir porque no vas a conseguir nada aquí— me indica la señora Thompson. 

Sin que nadie diga nada más, la puerta es cerrada en mi cara, dejando en claro el rechazo. 

Me siento tan vacía, sola y perdida que ni siquiera puedo pensar un lugar en el que me permitan dormir por la noche. Estoy apunto de cumplir la mayoría de edad, por lo que volver a un orfanato o alguna casa hogar es imposible. No tengo familia ni amigos. 

Estoy completamente jodida. 

Sin atreverme a hablar con nadie más o mirar al mundo que me rodea me encamino al parque que se encuentra a unas cuadras y que tanto adoraba cuando había tenido que vivir aquí. Es un lindo parque, durante el día. A la noche el ambiente es diferente, pero no es un barrio muy complicado, así que no hay muchos crímenes aquí. Eso no me relaja en lo absoluto, pero al menos es algo bueno en un día de mierda. 

Me siento en una de las bancas de madera y me quedo en esa posición hasta que la última persona sale del parque y el sol cae. La temperatura desciende un poco pero no puedo hacer mucho contra eso. Después de todo, por más cálido que sea todo, sigue siendo invierno. Suerte que no es verano porque moriría de calor. 

Me acuesto en una posición bastante incómoda pero me resigno a seguir moviéndome sobre las tablas de madera como una estúpida que intenta encontrar oro donde no lo hay. Me aferro a mi bolso que en este momento es lo único que me queda realmente. 

"Deberías de morirte de una vez", por una vez en la vida la voz en mi cabeza está en completa sincronicidad conmigo. 


Soledad entre la multitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora