Capítulo 40

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—¿Qué haces aquí?— me pregunta confundida. 

—Bueno, yo...— me quedo un segundo en silencio dudando de si decir o no la verdad para terminar diciendo—: Estaba pasando cerca de aquí y quise pasar a ver a los niños, ¿puedo?— la palabra "cobarde" resuena en mi cabeza. 

—Ya sabes donde está la habitación— me señala volviendo a entrar a la casa, dejando la puerta abierta para que pase y me sorprendo por eso. 

Por alguna razón no parece ser la misma Nora que era antes que me fuera y aquello me desconcierta. ¿Será que haber estado lejos ha cambiado mi forma de juzgarla?

Entro a la casa y camino tan rápido como puedo sin parecer estúpida hasta el cuarto de los chicos. 

—¡¿Dónde están mis pequeños monstruos?!— chillo entrando a la habitación que compartí por casi un año. 

—¡Rebecca!— los gemelos son los primeros que se acercan a mi. Vienen ambos corriendo y me saltan encima, haciendo que caiga al suelo de culo. 

Estos pequeños fueron una de las pocas razones que tenía para levantarme en las mañanas durante mucho tiempo y creo que lo siguen siendo. Porque la idea de dejarlos solos en el mundo y no poder volver a verlos, me rompe el corazón en pedazos. 

Y me siento egoísta al sentir satisfacción de saber que ninguno fue adoptado desde que me fui. Si se los hubieran llevado no podría ver a ninguno de ellos otra vez. También me duele saber que ellos sienten el mismo vacío que sentía yo a su edad al no tener una familia. Pero sé que van a poder seguir adelante con sus vidas.

La pequeña cabeza de Mónica se ve desde su cama, que sigue siendo la misma que compartía conmigo. Recuerdo que el día que llegó, tan solo semanas más tarde que yo, ella no hablaba con nadie, pero lo primero que pude notar fue que le había gustado la litera superior. No podía no cumplir con lo que la pequeña quería, así que termine por dejarle mi cama para ella. No me arrepiento de eso.

Los gemelos están sobre mí y no hacen nada para separarse de mí. Así que siendo la persona más adulta y responsable hago lo más aceptable en esta situación: comienzo a hacerles cosquillas. Ambos se comienzan a reír y terminan por soltarme tratando de escapar. 

Me levanto del piso y corro a donde se encuentra mi pequeño rayito de sol, sonriendole. Me subo a su cama y salto sobre ella. 

—¡Hola, pequeña!— le susurro al oído al sentir sus pequeños brazos aferrarse a mí. 

—Volviste— susurra feliz. 

—Claro que sí, no van a librarse de mí tan fácil, pequeña— le digo en respuesta separándome de ella para poder verle la cara. 

Sus ojitos brillan y sus mejillas se encuentran llenas de lágrimas. Rápidamente esconde su rostro en mi cuello, con vergüenza. 

—¿Qué pasa, Moni?— le pregunto preocupada. 

—Te extrañe— me responde con un sollozo. 

—Sh, sh. Está bien. Ya estoy aquí— trato de tranquilizarla. Vuelvo a separarla de mí lo suficiente como para que pueda verme a los ojos. Sin embargo, ella desvía su mirada, avergonzada—. Eu, no pasa nada, pequeña. Está bien llorar, no tienes que avergonzarte por eso, ¿sí?

Ella se atreve a mirarme y yo le sonrío para que se sienta mejor y le limpio las lágrimas con mis pulgares. Ella me devuelve la sonrisa y de ahí en adelante las cosas no hacen más que mejorar. 

Me paso todo lo que queda de la tarde hablando con la mayoría de los chicos. Todos tienen historias que contar sobre el inicio de clases y los amigos que hicieron o los nuevos profesores. Sophie no está en la casa así que pregunto dónde está. Sorprendentemente, la adoptaron. 

Lo más probable es que dentro de poco traigan a dos menores más para que Nora siga cobrando los cheques del gobierno y utilizar las camas que sobran aquí. 

Cuando el sol cae, tengo que separarme de los niños e ir a hablar con Nora sobre la idea de poder quedarme aquí. Camino por el pasillo, rezando para que no tenga que subir las escaleras y que la rubia solo se encuentre en la cocina o el comedor. 

Me acerco a la cocina y me la encuentro apoyada en la mesada, mirando el celular con una gran sonrisa. 

—¿Así que eso es lo que te trae tan feliz?— le digo sorprendiéndola.

—¿Qué? No se de lo que hablas— me responde sonrojada. 

—Entonces, ¿cómo se llama?— le pregunto señalandole el celular. 

—Aiden— me responde con sonrisa de enamorada. 

—Me alegra que alguien haya logrado hacer que sacaras tu corazón— le indico cruzándome de brazos y apoyándome en la pared. 

—No es algo que debería estar hablando contigo— me dice ofendida y solo levanto las manos, indicándole que yo soy inocente esta vez—. ¿Dónde están tus cosas?

—Sobre eso, quería pedirte si podía quedarme a dormir hoy— le respondo tranquila. 

—Mira, Becca, te juro que he cambiado desde que te fuiste, pero por más buena que sea no puedo dejarte dormir aquí— me dice tranquilamente. 

—¿Por qué? No te cuesta absolutamente nada. 

—En la mañana va a venir un asistente social a revisar el lugar y no puedo permitirme que vean que te sigues hospedando aquí— me responde. 

—Pero sería solo una noche— intento convencerla. 

—Sabes que ellos no lo van a tomar así— me indica—. Lo único que puedo ofrecerte es que te des un baño y cenes con nosotros. 

—Está bien, gracias— le digo pensando en que tengo que dormir una vez más en la calle. 

Por más que quiera estar enojada con Norma, no puedo. Sé que tiene razón en que no puede dejarme quedarme si can a venir los asistentes sociales, seguramente a hacer una revisión para poder traer a más personas. También sé que ha cambiado porque los niños me lo han dicho. La mujer que deje, no es la misma. 

Me siento tranquila de saber que por lo menos puedo darme una duche caliente y comer algo. Porque ya estaba empezando a tener hambre de no comer nada en todo el día. 

Cuando terminamos de cenar y ya me encuentro limpia y cambiada, tengo que saludar a todos los niños y volver a salir a la helada noche con la idea de que tengo que buscar un lugar relativamente cómodo para dormir. 

Soledad entre la multitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora