Capítulo 24

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El primer día en la universidad ha llegado y no podría estar menos emocionada. Nunca en mi vida me había planteado la idea de ir a la universidad y de poder conseguir una beca en una, iba a ser especializada en artes. No tenía planeado esto y no me siento preparada para vivirlo.

Sin embargo, los chicos parecen tener en claro que esto es la rutina de todos los días. ¡Ni siquiera estamos en épocas de clases! Pero, claro, a mi no me meten en una universidad normal, he venido a caer en una que tiene su propio calendario escolar y su propio sistema interno, siendo muy diferente al del resto de las universidades.

Ninguno de mis acompañantes se le ocurrió pensar que no conozco nada de esto y que ni siquiera tengo la edad para estar aquí. Las universidades suelen solo aceptar a mayores de edad, yo no soy mayor de edad. No sé cómo debo comportarme en esta situación.

También está el hecho de que hasta la infraestructura y la arquitectura del lugar es amenazadora. El edificio central donde la mayoría de las clases se cursan es inmenso y está rodeado de un gran jardín donde se encuentran los universitarios. Hay solitarios que deciden estar con la cabeza en un libro, hay otros que están atentos a su celular, otros que se reencuentran después de las vacaciones y otros que se encuentran en grupos hablando u observando a las personas que pasan a su lado.

De solo pensar que tengo que socializar con más personas que los seis chicos con los que vivo se me retuerce el estómago. No soy buena haciendo amigos ni creando lazos con mis compañeros de curso. Siempre fui la rara, la huérfana, la más joven. Nunca encaje en un grupo.

Los seis chicos que ayer a la noche prometieron que iban a ocuparse de guiarme y ayudarme a adaptarme no me están ni prestando atención y hablan entre ellos de diferentes personas que conocieron en años anteriores, de las materias que iban a cursar o de los profesores de estas. No entiendo ni pío de esto y realmente preferiría estar sola con un piano o una guitarra o una batería. ¡Diablos! Sería feliz con tan solo tener un triángulo en mis manos. Creo que estoy sufriendo de abstinencia de música.

El mismo grupo que ayer estaba en el local de comida rápida se encuentra a tan solo unos metros nuestros y solo quiero esconderme. Manuel está ahí.

El mismo Manuel que le gustaba burlarse de mí en el orfanato. El mismo Manuel que me repetía que no era una buena para nada. Manuel, el encargado de repetirme día tras día que mi tío debió de terminar su trabajo y matarme, el que me repitió tantas veces que todo lo que me había pasado había sido por mi culpa que termine creyéndolo.

No ha cambiado en todo este tiempo. Pasaron unos dos años desde la última vez que lo vi y lo único que cambió es que ahora tiene aire de tener dinero. Al parecer alguien fue adoptado por millonarios y no quiere demostrar su verdadera clase social. Él, al igual que todos los niños que estábamos en ese orfanato, veníamos de familias pobres.

Me quedé tanto tiempo pensando en eso y tratando de separar el pasado del presente, tratando de recordarme que ahora soy más fuerte, que no me di cuenta cuando algunas miradas se pusieron en nosotros. Por lo que me dijeron los chicos, es la primera vez que sucede que una fraternidad completamente masculina acepte a una mujer en sus integrantes.

La novedad parece correrse por el patio y la presentación que Alex me hizo en la fiesta del sábado no pasó desapercibida.

Jordan rodea mis hombros con su brazo e intento relajar mis músculos para que no note lo tensa que me encuentro o lo nerviosa que estoy. No creo que se lo haya tragado porque el resto de los chicos tampoco lo hizo. Todos volvieron a hacer la misma barrera humana que habían hecho ayer, dejando en claro que están alertas para proteger a la más joven del grupo.

—Deberíamos llevar a Reb a su clase y después nos separamos a las nuestras— propone Augustus, pero más que propuesta suena a algo que van a hacer sin importar la opinión que tengan.

—Sí. Hay que ir al salón de Matemáticas 001— dice Alex mirando la hoja con los que deben ser mis horarios.

—¿Matemáticas?— pregunto desanimada. No quiero Matemáticas.

—¿No te gustan?— pregunta Stephan mirándome con el ceño fruncido y yo niego en respuesta—. ¿No era que te habías salteado un curso por ser algo así como una cerebrito?

—Pero las matemáticas son horribles— defiendo mi punto porque es completamente verídico. Puede ser que sea buena o hasta una de las mejores en la mayoría de las materias, pero las matemáticas siempre han sido mi punto débil. Las detesto.

—Pues vas a tener que cursarlas igual, pequeña— comenta Jordan dándome un pequeño apretón como si me quisiera pasar fuerza—. Son obligatorias para el ciclo básico.

Hago un pequeño puchero y tengo el impulso de quejarme de eso, pero rápidamente cierro la boca. Así son las cosas y debo aguantarlo. Aún si esto no fue decisión mía, es lo que va a pasar. No sirve de nada quejarse de eso.

Seguimos caminando por los pasillos del gran edificio que parece ser un maldito laberinto. No sé cómo voy a hacer para volver a las entrada o para encontrar otro salón de clases en este lugar, es demasiado grande y hay demasiadas puertas. Además de la cantidad de gente.

Pensé que en la fiesta del sábado estaba casi toda la universidad. Más equivocada no podía estar. Aquí debe de haber por lo menos tres veces esa cantidad.

—Cuando termine la clase alguno de nosotros va a venir a buscarte y te mostraremos el lugar para que puedas ir y venir sola sin perderte— me avisa Alex cuando nos detenemos a un lado de una puerta que da a un aula casi llena de gente—. Cualquier cosa nos llamas.

—¿Cómo los llamo?— le pregunto porque no tengo forma de comunicarme con ellos realmente. Tengo una mochila que Alex me dio con un cuaderno que tendré que usar para todas las materias y una lapicera. No tengo un celular.

—Cierto, cierto, no te dimos el número de ninguno. ¿Alguno se sabe todos los números?— pregunta mientras se pone a buscar su propio celular.

—Alex, no tengo celular— le advierto.

—¿No tienes celular?— Augustus está indignado.

—No, nunca lo vi necesario— admito. No digo anda sobre el hecho de que no tenía plata para tener uno y que el vejestorio que tuve por, por lo menos, cinco años me lo habían robado por lo que decidí no comprarme otro. Era obvio que me iban a volver a robar.

—¿Cómo no va a ser necesario un teléfono?— dice Jordan mirándome con el ceño fruncido.

—No es que tuviera a muchas personas con las que hablar como para querer uno— confieso. Esa también es una de las razones por las que no quiero ni quería invertir en uno.

—Pero...— Kyle comienza a hablar pero realmente no me interesa lo que tengan que decir al respecto. Aunque quisieras explicarle no entenderían que nunca me hizo falta un teléfono por las simples razones de falta de dinero y falta de a quién llamar con uno. No saben lo que es vivir eso.

—¿Saben qué?— los interrumpo a todos de cualquier cosa que quisieran decir—. Da lo mismo. No me va a pasar nada, así que no tendré que llamarlos. Tema resuelto. Me voy a mi clase.

Sin esperar ni una respuesta o dirigirles una mirada, entro al aula y me voy a sentar a un lugar en el fondo donde no tenga que hablar con nadie.

Cuando entra el profesor y la clase comienza, termino por aceptar que el resto del día voy a tener que soportar las ganas de dispararme justo entre ceja y ceja para que todos los números, que insisten en utilizar para las malditas matemáticas, desaparezcan de una vez.

Soledad entre la multitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora