Prólogo

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 Puedo escuchar los gritos de mis padres a través de la puerta del baño. Las lágrimas siguen rodando por mis mejillas mientras trato de tapar fuertemente mis oídos con mis manos, en un torpe intento de dejar de escuchar, de esconderme de mi realidad.

Mamá dice que cuando papá vuelve del trabajo está muy enojado, que en realidad no está enojado con nosotros. Pero a mí no me parece eso, él suele estar enojado siempre y siempre parece que es con nosotras. A veces parece que nos odia.

Tiene sus días buenos, pero con el pasar del tiempo son cada vez menos. Sin embargo, adoro esos días. Mamá suele estar muy feliz y ambos parecen amarse de verdad. En esos días, nos despertamos con la voz de mi padre, cantando alegre. Me encanta que me bese en la frente y luego baile con nosotras. El año pasado nos llevó a comer a fuera, a un restaurante de verdad. Aquellos días son como un sueño hecho realidad.

Pero nunca duran mucho. Siempre hay que despertar y volver a la realidad. En la noche papá vuelve a beber de esa asquerosa bebida y con ella regresan los gritos, los enojos, los golpes.

Se escucha un gran estruendo en todo el departamento, seguido de un grito agudo. Luego, el silencio prevalece en nuestro pequeño hogar. Ya no hay gritos, no hay golpes: no hay nada y creo que eso podría ser algo malo.

Lentamente me levanto de mi escondite y abro la puerta del baño. Doy dos pasos hacía el comedor y mis pies descalzos se topan con un líquido rojo y viscoso. Mi mirada se dirige lentamente al lugar del que sale la sangre.

Mamá está tirada en el piso, mirando al techo directamente. Su lindo vestido amarillo está completamente manchado de sangre.

—Mami— la palabra se escapa de mi boca sin poder evitarlo— ¿Mami?

Ella no responde. No se mueve. Se queda con la mirada clavada en el techo, como si nada sucediera.

Papá tiene un arma entre sus manos, pero no parece apuntar a ningún lado. Su vista está clavada en mamá. Parece aterrorizado, pero no mueve ningún músculo hasta que las sirenas de la policía hacen presencia en el tenso ambiente que se formó en la sala.

Él se acerca a la ventana que da al exterior y luego me mira a mí. Sus ojos parecen querer decirme algo, pero no lo comprendo. No entiendo qué está pasando.

—¿Papi?— susurro asustada sin saber por qué.

—Perdón, princesa, lo siento tanto— dice con lágrimas saliendo de sus ojos.

Veo su mano subiendo, aferrándose al arma. No puedo moverme, estoy paralizada. Observo cuando pega el cañón contra el costado de su cabeza y escucho el mismo estruendo. Al instante cierro los ojos, pero sigo viendo la sangre.

Me acerco a mamá que sigue en el piso y me agacho a su lado. Ella no tiene ni una reacción, ni siquiera me mira. Intento que me mire, pero sus ojos ya no tienen luz, no me están mirando. Le ruego que se mueva, pero nada sucede.

—Mami, mami, por favor— mi voz sale ahogada, no puedo ni respirar—, mami, no me dejes. ¡Mami!

Unos brazos me intentan separar de mamá, pero yo me aferro a ella. La abrazo con todas mis fuerzas, no la quiero dejar allí. No la puedo dejar sola. Sin embargo, logran separarme, logran alejarme de mi sueño, queriéndome dejar en la realidad.

Soy muy pequeña como para poder tener la fuerza necesaria y eso solo me desespera más. Quiero quedarme con mami pero un oficial me separa más y más de ella.

—¡Mami!— le grito, pero ella no acude a mi ayuda, no me rescata como hizo cuando me caí de los columpios ayer.

Estoy manchada completamente por la sangre, observo mis manos sin dejar de patalear y gritar y veo su sangre allí. No importa cuanto grite, llore o golpe, no sirve de nada.

Mientras me alejan de mi madre, con tan solo cinco años, puedo sentir cómo mi corazón se va rompiendo de a poquito, cómo se hace trizas y se queda en esa habitación. Con mamá. Se queda en aquel sueño feliz.

Soledad entre la multitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora