Capítulo. 14 (El primer día de María en la oficina).

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Esteban y maría, llegan a la casa San Román, donde les esperaban impaciente las tías.
A: ya era hora, ¿no? Llevamos esperando para cenar varias horas.
M: pues, lo siento mucho pero ya hemos cenado en casa de mis padres.
A: (enfadada). ¡Qué bonito! Y nosotras aquí esperando preocupadas por que no terminaban de llegar.
Ca: Los chicos están recién casados, Albita, hay que tenerles un poco de paciencia.
A: pero por lo menos podían avisar.
Ca: bueno, subimos sus cosas al cuarto de Esteban. Si quieren darse una ducha para refrescarse un poco, pueden subir.
A: ¡cómo! Yo había preparado la habitación que comunica con la de Esteban para María. (Celosa).
M y E: ¿QUÉ?
A: bueno yo pensé
E: ¿pero de qué hablas tía? María y yo somos marido y mujer. Dormimos juntos en el mismo cuarto.
Ca: claro que sí hijito, perdona a tus tías que son dos tontas solteronas.
M: Vamos a descansar, el viaje me dejó muy cansada.
E: (toma a María en sus brazos). Señora San Román, ¿me permite el placer de llevarla en mis brazos?
M: (divertida). Claro señor San Román es un placer.
E: el placer es mío por tenerla otra vez entre mis brazos.
Ellos se retiran a su habitación, mientras Alba y Carmela los miran subir por las escaleras. Carmela los miraba con cariño, mientras, Alba hubiera podido matar a alguien en ese momento.
Al día siguiente Esteban se levantó muy temprano, se duchó, se puso una bata de baño y bajó a la cocina para prepara el desayuno para María y para él. Cuando vuelve a la habitación con el desayuno, María ya estaba en la ducha.
M: ¿Esteban eres tú? (sale de la ducha envuelta en una toalla).
E: (la mira con deseo en los ojos). ¿Cómo sales así, sabiendo que me tengo que ir a trabajar? Te encanta castigarme.
Esteban tira de la toalla y el cuerpo de su mujer queda al descubierto, la atrapa entre sus brazos y apoya una de sus manos sobre uno de los senos de ella.
E: (acariciando el cuerpo de su mujer). Eres preciosa.
M: Esteban tenemos que ir a trabajar.
E: Y eso es lo que vamos a hacer ¡Trabajar!
En unas horas bajan los dos por las escaleras de la mansión.
A: ¿pero es que no ven que ya es muy tarde?
E: no te preocupes tía, en las empresas comprenderán. Acabamos de llegar de viaje.
M: bueno, vamos que el chofer nos está esperando fuera.
Ya en las empresas, Esteban enseña a María cual será su oficina.
E: ¿te encontrarás bien aquí?
M: sí es perfecta.
E: bueno, ahora ven conmigo y te diré por donde puedes empezar.
M: (divertida). Por quitarle la ropa Señor San Román.
E: ¡maría! (cierra la puerta y se acerca a ella peligrosamente).
M: ¡Ah! No, tenemos que trabajar (extiende el brazo y lo pone entre ella y él).
E: (desilusionado). Está bien, vamos.
Los dos entran en la oficina de Esteban y éste le entrega a María tres carpetas azules que tenía encima de su escritorio.
E: puedes empezar por revisar estas cifras bancarias y después me dices que te parecen.
M: está bien, voy a empezar mi trabajo, pero si mi marido tiene una urgencia, su esposa le estará esperando en la oficina de al lado.
E: (ya algo desesperado). ¡MARÍA!
M: está bien, está bien. Ya me voy. Jajaja.
Los dos consiguieron por fin concentrarse en su trabajo. Unas horas después
E: (por el interfono). ¿Cleo?
Se: sí, ¿señor San Román?
E: ¿está mi mujer en su oficina?
Se: sí, si señor aún está allí.
E: gracias, Cleo.
Sale de su oficina y entra en la de María.
E: ¿está mi esposa por aquí?
M: Sí, pasa que quiero enseñarte algo.
E: ¿ocurre algo con las cifras?
M: sí, he descubierto que entre las cuentas del día anterior a nuestra boda y las de ayer hay un claro sin cubrir y las cuentas no me cuadran.
E: ¿a ver?
M: ¿ves?, estos son los ingresos que se hicieron el día antes de nuestra boda y todos están igual excepto hace diez días que se ve claramente un gran descenso en las ganancias.
E: sí, tienes razón. Mañana durante la junta le pediré a Demetrio que revise las cuentas de las empresas desde hace dos meses hasta ahora.
M: (se recuesta en su sillón, cansada). Ha sido agotador revisar los mismos números una y otra vez.
E: por eso tu maridito te va a invitar a una buena comida y a un paseo por el parque antes de volver al trabajo. (La sujeta de la mano y la ayuda a ponerse en pié)
M: muy bien ese paseo me va a relajar un poco.
Al ponerse de pie, el pelo de ella roza la cara de Esteban.
E: ¡mmmm! (aspira profundamente). Siempre me ha gustado el olor de tu pelo.
M: Esteban, tenemos que ir a comer.
E: aún queda una hora para que cumpla la reserva en el restaurante.
Esteban hecha la llave de la puerta, se acerca al escritorio y por el interfono
E: ¿Cleo?
Se: ¿sí señor San Román?
E: que no nos moleste nadie. Mi esposa y yo tenemos un negocio urgente entre manos.
Se: sí, señor claro. (Con cara de diversión).
M: ¿Cómo has podido decirle eso a Cleo?
E: por que es la verdad, ¿que negocio puede haber más urgente que éste?
Esteban agarró a maría por la cintura con ambos brazos y la depositó sobre el filo del escritorio, apoyo su cabeza en el hombro de ella y con la punta de su lengua, empezó a jugar con el lóbulo de su oreja bajándola lentamente hasta el cuello.
M: ¿Esteban?
E: sí, mi amor estoy aquí.
Le levantó la blusa unos centímetros para cubrirle el vientre de besos.
E: no iré a ninguna parte.
M: ¡Oh!, Dios mío, Esteban.
Levantó las caderas hacia la mano de Esteban que se movía entre sus piernas. Esteban se recostó sobre ella, besándola con tanta dedicación que María se sentía ahogada. El no dejó de presionar ni un momento la mano contra las piernas de su esposa, moviéndola sugerentemente.
María creyó que perdía la razón. Cerró las rodillas, apretándole los dedos, implorándole en silencio que la tocara más íntimamente. Ella quiso protestar, pero Esteban había atrapado sus labios con los suyos una vez más. Él Introdujo su lengua en la boca de María mientras que simultáneamente deslizaba un dedo en el canal femenino. Ella contuvo el poco aire que aún le quedaba durante unos pocos segundos. Luego exhaló ruidosamente.
M: Esteban, ahora, por favor. No puedo esperar. No puedo esperarte más.
Esteban la extendió completamente sobre el escritorio, dejándola más accesible a sus caricias, subió ambas manos a la vez desde sus caderas arrastrando la fina blusa con ellas hasta sus senos, sintiendo los pezones erectos de su mujer bajo la palma de sus manos, bajó la cabeza y los saboreó. Sabían dulces y tiernos.
M: Esteban, por dios, por favor.
Entonces penetró en ella. Algo estalló en el interior de los dos, ambos se convulsionaban uno en el interior del otro y así comenzaron las ondas de placer para los dos. Un momento después ambos seguían estrechamente abrazados hasta volver poco a poco a la normalidad.
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