Capítulo. 20 (Tus hijos y mis hijos).

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La sorpresa y el asombro entre los dos, eran tan patente, que los chicos preguntaron a la vez
Los cinco: ¿se conocían?
María fue la más rápida en reaccionar. Se tragó el deseo de abofetearle allí mismo y por el contrario extendió su mano.
M: sí, éramos compañeros en la universidad ¿Qué casualidad verdad Esteban? (dijo irónicamente).
Esteban estrechó su mano y el sólo contacto de la piel de las palmas de sus manos hizo que ambos sintiera un escalofrío que les recorría la espalda y que los dejó perturbados.
Las tías y todos los demás conforme fuero llegando quedaban asombrados por la presencia de María ya que la creían aún en la cárcel. Las miradas de complicidad que se producían entre los presentes en esa mesa, no hizo mella en los chicos que charlaban entre ellos animadamente.
María no quitaba ojos de sus hijos.
M: (pensando) Dios mío son mis hijos, mis pequeños y después de 18 años sin verlos, no puedo acercarme a ellos, abrazarlos y decirles que soy su mamá.
En ese momento, una muchacha despampanante entró en el salón, se acercó a Esteban y lo besó en los labios.
AR: buenas noches mi amor, perdón por la tardanza, pero es que quería ponerme lo más guapa posible para ti.
María sintió deseos de tirarle el servilletero a la cabeza, mientras Esteban incómodo no sabía muy bien que es lo que estaba pasando allí esa noche.
La cena terminó en paz, y los chicos decidieron marcharse de discoteca por ahí.
Esteban se acercó a María para hablar con ella pero Ana Rosa le siguió.
AR: ¿No me presentas a la señora?
E: (en una encrucijada). María Fernández Acuña, mi prometida Ana Rosa Márquez.
María palideció al escuchar la palabra PROMETIDA. ¡Esteban iba a darle una madrastra a sus hijos!
M: (muy molesta) Bueno yo me retiro. Les deseo lo mejor.
E: ¿Cómo vas a regresar a tu casa? Los chicos se llevaron tu auto.
M: pediré un taxi.
E: no, yo te llevo.
M: no hace falta, ya te dije que pediré un taxi. (Se aleja hacía la puerta).
E: (la alcanza). Y yo te he dicho que te llevaré, tenemos que hablar.
M: está bien, vamos.
E: primero dejaré a Ana Rosa en su departamento.
M: por cierto (mirando a AR) ¡algo infantil tu prometida! Mejor podrías adoptarla.
Esteban cogió a María por el brazo sin prestar atención a Ana Rosa que lo único que pudo hacer es seguirlos. Se dirigieron hacia el coche y sentó a María en el asiento delantero, al lado del piloto; el sitio que se supone correspondía a Ana Rosa. Y después entró en el coche. Ana Rosa no tuvo más remedio que entrar en el asiento trasero, si no quería quedarse en tierra.
Dejaron a AR en su departamento, esperando alguna explicación que nunca llegó.
E: bueno tú me dirás donde te llevo.
M: vivo en la casa de mis papás, la he remodelado para mis hijos y para mí
Esteban arranca el coche y empieza a conducir en dirección a casa de María.
M: has cuidado muy bien a nuestros hijos, se han convertido en dos personas maravillosas.
E: (ignorando el comentario de María) ¿Qué edad tienen tus hijos?
M: ¿si lo que quieres saber es si son tuyos?Pues sí, si lo son.
Esteban dio un frenazo y se volvió hacía María.
E: y, ¿Se puede saber por qué yo no he sabido nada de ellos hasta ahora?
M: y ¿Qué creías eh? Si me apartaste de mis hijos ¿Cómo querías que te dijera sobre la existencia de ellos? Me los hubieras arrebatado también, y yo me hubiese muerto en esa cárcel. Si resistí tanto tiempo entre esas rejas fue gracias a ellos.
Habían llegado a casa de María y Esteban aparcó el auto.
E: fuiste muy cruel al ocultarme su existencia.
María salió del coche dando un portazo.
M: (furiosa). Pero, ¡como te atreves! ¿Cómo puedes recriminarme a mí ser cruel contigo? Tú me dejaste embarazada y abandonada en una cárcel, me apartaste de mis hijos y, ¿aún te permites hablarme de crueldad?
E: María, tú fuiste acusada de asesinato y yo, no sabía que decirles a mis hijos para que no sufriera, entonces a mi tía Alba se le ocurrió
M: Claro, claro, como no. Tuvo que ser ella quién más podría ser tan retorcida como para apartar a una madre de sus hijos. Y mi marido amaba tanto a su mujer, que en vez de defender a su esposa, se unió a ella y apoyó el complot que se urdió en mi contra.
E: María, yo
M: no, no, Esteban, no intentes justificarte, por que no tienes justificación alguna. Gracias a Dios, ya mi amor por ti terminó hace mucho tiempo y tus justificaciones sobran.
María se volteó con la intención de salir disparada para su casa, pero Esteban la sujetó de un brazo para evitar que se fuera. Debido a ese movimiento, ella perdió el equilibrio y él tuvo que sujetarla entre sus brazos para evitar que cayera, sus labios quedaron muy juntos, casi se rozaban.
E: al parecer y como ya te dije una vez, el destino siempre te empuja hacia mis brazos.
M: (se apresura a separarse de él). Pero esta vez, yo no quiero permanecer entre ellos.
E: María, tengo derecho a ver a mis hijos.
M: y yo de ver a los míos. Pero desgraciadamente ni tus hijos saben que yo soy su mamá ni los míos conocen siquiera el nombre de su papá.
E: suena irónico oírte hablar de tus hijos y mis hijos.
M: bueno, dejemos nuestras diferencias aparte. ¿Qué vamos a hacer con nuestros hijos?
E: De momento, podemos reunirnos todos en mi casa el viernes en la noche.
M: bueno. Gracias a Dios, el destino quiso que nuestros hijos se conocieran y se hiciesen amigos.
E: ¿Qué piensan mis hijos de mí?
M: no opinan, simplemente no quieren que hablemos de ti. Aunque yo intenté por todos los medios de que eso no ocurriera, ellos han formado su propia opinión sobre ti. Al principio cuando estaban pequeños, esperaron siempre a un padre que nunca apareció y después conforme se fueron haciendo mayores y se dieron cuenta de lo que le habías hecho a su madre, la impaciencia se fue transformando en indiferencia y ahora, simplemente no les interesa conocerte, no quieren saber ni tu nombre, no quieren saber nada de ti.
E: y ¿por que has regresado a México?
M: ¿a caso pensabas que iba a permitir que me quitaras a mis hijos para siempre?
E: yo no te quité a tus hijos, simplemente les mentí para que no sufrieran, para no hacerles daño con la verdad.
M: pues quiero que sepas que voy a recuperar a mis hijos, te los voy a ganar Esteban. Ya he llamado a Luciano para que venga a México y me ayude a encontrar al verdadero asesino de Patricia que sin duda se encuentra entre uno de los que se dicen llamar tus amigos. Y no sospecho también de ti, por que te encontrabas conmigo aquella noche.
E: ¿Quién es Luciano?
M: Luciano es mi abogado, el hombre que me ama y que creyó en mi inocencia. A él le debo mi libertad.
María se dio la vuelta y se dirigió a la casa, mientras Esteban, celoso, pensaba en quién demonios sería ese tal Luciano.
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