CAPÍTULO IV

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GIDEON

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GIDEON.

—Mamá, ¿qué estás haciendo? —pregunto caminando dentro de la cocina al oír unos cuantos golpes y una educada maldición.

—El Don y su esposa vendrán a cenar en un par de horas y no quiero que esa bruja encuentre algo que criticar —masculla, pasando frenéticamente un paño por el mostrador junto al fregadero. Hunde la mano en un cubo lleno de agua jabonosa y escurre el paño—. La cocina está hecha un desastre —reflexiona entre dientes—. ¿En qué demonios estaba pensando? ¡Mierda!

Estampa el trapo contra la superficie y continúa maldiciendo y frotando como una posesa.

—¿Gaia también vendrá? —cuestiono, pensando rápidamente en alguna excusa para poder evitar mi asignación de hoy. Pero cuando no me contesta y continúa limpiando, me aclaro la garganta para llamar su atención y pregunto de nuevo, esta vez con más impaciencia—. ¿Vendrá Gaia también?

—¿La niña?

Evito poner los ojos en blanco al escucharla decir esa palabra cuando sabe muy bien que Gaia es sólo un año más joven que yo.

—Santo cielo, no —dice con espanto, arrojando el paño con rabia al interior del cubo—. Jamás dejaré que esa muchacha ponga un pie dentro de mi casa.

—No es un monstruo, mamá —le espeto y su mandíbula se tensa.

—Esa abominación no pertenece aquí. —Se acerca a mí, abre el armario que tengo junto a la cadera y saca un rollo de papel de cocina—. Ni siquiera sé cómo Derek y Fern pudieron adoptar a semejante aberración. —Sacude la cabeza y se pasa la mano por su cabello rubio con frustración—. Debiste de haberla dejado sola en el bosque cuando pudiste. Si ella hubiera muerto...

—¿De qué demonios estás hablando? —digo elevando la voz.

Ella aprieta la mandíbula antes de respirar hondo y voltear a mirarme con una sonrisa maliciosa.

—Sólo digo que si sus padres biológicos se deshicieron de ella cuando sólo tenía seis años es por algo, Gideon. —Corta un pliego del papel y termina de secar la superficie antes de hacerlo una pelota y arrojarlo al cesto de basura—. Y no hay que pensarlo mucho, el mismísimo diablo se encargó de indicar perfectamente que ella es una persona del mal.

Respiro hondo. Puedo saborear las palabras venenosas en mi lengua, rogando ser dichas.

—¿Persona del mal? —repito indignado—. ¿Acaso te has visto a ti misma? ¿O a papá y a Zev? —pregunto, mi tono incrédulo—. Somos traficantes y asesinos, mamá. Nosotros somos quienes rompemos huesos y disparamos balas a través del cerebro de la gente... —O al menos papá y Zev, es lo que quiero decir. Y sin dejar entrever que tener que formar parte de todo esto, de esta familia, me pone enfermo, digo—: Nosotros somos quienes destruyen familias o las condenan a la perdición al convertir en adictos a alguno de sus integrantes, quienes harán hasta lo impensable para conseguir su próxima dosis.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora