CAPÍTULO XL

510 75 31
                                    

GIDEON

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

GIDEON.

Mi hijo es perfecto.

Bajo la mirada a mi orgullo y alegría descansando contra el pecho de su madre. Es tan condenadamente pequeño. No me había dado cuenta de lo pequeños que eran los bebés hasta este momento.

Cuento los diez dedos de sus manos y pies mientras que Gaia besa cada uno. Paso mi dedo por su nariz y por encima de su mejilla, haciendo que West mueva su cabeza hacia dónde va mi dedo. Intento no reír, pero no puedo evitarlo.

—¿Gideon? —pronuncia Gaia en un susurro.

—¿Sí, nena?

—Tengo que dejar algo absolutamente claro para ti.

Me tenso un poco.

—¿Qué cosa?

—No voy a hacerlo de nuevo. Es todo. Hijo único. ¿Entendido?

Escondo mi rostro en su cuello para ocultar mi sonrisa mientras mi cuerpo se relaja.

—Por supuesto, cariño. —Deposito un beso sobre su frente y luego beso sus labios antes de recostar mi cabeza junto a la suya sobre la almohada para poder observar a nuestro pequeño.

—¿Crees que puedes cargarlo? —pregunta luego de unos minutos, moviendo su mirada por mi rostro y sonriendo ante mi vacilación—. Necesito descansar. Mis ojos se sienten pesados.

Con mi garganta repentinamente contrayéndose, me incorporo. Entonces trago saliva y asiento.

Estiro las manos y sujeto a mi hijo envuelto en una pequeña manta, pero tan pronto como lo quito de los brazos de su madre empieza a quejarse. Miro a Gaia alarmado y en busca de ayuda, ella lo hacía parecer demasiado fácil.

Mi hijo parece un pequeño guerrero, con sus brazos agitándose como locos y gritando con sus pequeños pulmones como si fueran a salir de su cuerpecito. No estoy seguro de cómo diablos voy a acostumbrarme a esto del llanto, y sólo espero poder encontrar alguna manera de calmarlo.

—Siéntate ahí. —Gaia señala con un leve movimiento de cabeza a la mecedora junto a su camilla—. Y acurrúcalo contra tu pecho.

Camino hasta la silla a su lado y me acomodo en ella. Tan pronto como sostengo firmemente a West apoyado sobre mi pecho, su llanto cesa. Alzo la vista asombrado para ver la reacción de su madre, pero la encuentro con sus ojos cerrados y profundamente dormida. Ella logró una hazaña tan gloriosa que no estoy seguro de que pueda amarla más. Trajo a mi hijo, nuestro hijo, a este mundo y ha completado nuestra familia.

Bajo la vista al bebé en mis brazos y lo encuentro en un estado de vigilia con sus ojitos grises azulados abiertos, mirando al entorno que le rodea. Los músculos de mis brazos se contraen un poco, aterrado de abrazarlo ya sea demasiado fuerte o demasiado flojo.

—Hola pequeño, soy tu papi. —La palabra cae de mi lengua como si fuera una palabra extranjera. A pesar de que la he dicho innumerables veces cuando Gaia estaba embarazada, no tenía el significado que tiene ahora.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora