CAPÍTULO XXXIV

497 74 13
                                    

GAIA

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

GAIA.

Cuando me despierto a la mañana siguiente a las ocho y treinta, noto que Gideon no se encuentra junto a mí. Paso mis dedos por la suave funda de seda de su almohada y al no sentir su calor en ella sé que se ha levantado hace tiempo.

Suspirando, me levanto y camino desnuda hacia el cuarto de baño. Sonrío a mi reflejo cuando paso frente al espejo y me detengo unos segundos para apreciar mi barriga de veintitrés semanas. Mi cabello nunca lució tan fuerte y grueso, mi piel tan radiante, ni mis pechos tan altos y grandes como lo hacen ahora; e incluso mis uñas crecen con alarmante velocidad. Aunque no todos los cambios son agradables, como lo demuestran las moradas estrías comenzaron a aparecer en mi abdomen.

Gideon me mencionó hace un par de días que West ahora responde a mi voz y a mis estados de ánimo, y lo confirmo nuevamente cuando, con voz suave, le doy los buenos días y recibo una patadita a cambio.

Abro el grifo de la ducha y me meto rápidamente bajo la cálida lluvia a pesar de que el verano finalmente ha llegado. Permanezco tanto tiempo bajo el agua caliente, disfrutando del modo en que mis músculos se relajan y el dolor en mi espalda disminuye, que cuando por fin me enjabono el cuerpo y la cabeza apenas queda agua caliente como para pasarme una cuchilla por las piernas.

Envuelvo mi cuerpo con una toalla y recojo mi cabello en la cima de mi cabeza antes de abandonar el cuarto de baño en una nube de vapor y adentrarme al dormitorio. Camino hacia la cómoda y abro uno de sus cajones en busca de mi ropa interior, pero allí no hay nada.

Confundida, cierro el cajón y lo intento con el siguiente sólo para obtener el mismo resultado.

—¿Qué demonios? —murmuro, pasmada.

Cierro el cajón y camino hacia el guardarropa en busca de un vestido lo suficientemente largo que pueda usar sin ropa interior. Pero cuando abro las puertas, este también se encuentra vacío a excepción de una gran caja de seda color marfil.

—¿Aún no te has vestido? —me pregunta mi madre sorprendida a mis espaldas.

Me volteo y la veo vestida con un discreto pero elegante vestido color guinda que hace brillar su piel dorada. Su pelo color caramelo se encuentra perfectamente recogido en un elegante moño bajo a la altura de la nuca y los altos tacones sujetos con tiras alrededor de sus tobillos le agregan unos diez centímetros a su altura.

—¿Mamá? ¿Por qué estás usando un vestido? —cuestiono confundida, sujetando la toalla a mi alrededor—. Y por supuesto que no me he vestido, toda mi ropa parece haber desaparecido por arte de magia.

—Por lo que veo aún no has abierto esa caja —musita con una radiante sonrisa blanca a la vez que señala al objeto en cuestión con un movimiento de cabeza.

Frunciendo el ceño, me volteo y recojo la caja antes de sentarme sobre la cama y colocarla sobre mi regazo. Es sorprendentemente ligera e increíblemente suave.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora