CAPÍTULO XXXVIII

495 67 46
                                    

GIDEON

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

GIDEON.

Miro a mi esposa dormitar entre mis brazos con su cabeza sobre mi pecho y sus brazos a mi alrededor y sonrío. Su estómago crece considerablemente con cada día que pasa y le dificulta el poder dormir por las noches, razón por la cual cae dormida a la primera oportunidad que tiene de descansar su cabeza sobre una almohada... o mi pecho.

Acaricio el cabello negro en la parte posterior de su cabeza con mis dedos y disfruto de la serena calma sucesiva a hacer el amor con mi mujer, porque eso es lo que hacemos, sin importar la habitación en la que estemos o la posición que adoptemos, gentil y dulce amor.

—Nunca tendré suficiente de ti —murmura adormilada.

—Me parece perfecto, porque no planeo irme a ningún lado.

Beso su cabello y coloco mi mano izquierda encima de la suya descansando sobre mi estómago. Nunca he llevado un anillo antes, pero la banda simple de platino que ahora adorna mi dedo no se siente fuera de lugar o ajena en absoluto. Se siente bien, como si fuera una parte de mi piel.

—¿Dormiste bien? —pregunto, deslizando un dedo desde su muñeca hasta su codo ida y vuelta.

Sonríe y asiente contra mi piel.

—Ciertamente lo parecía, con todos esos ronquidos.

—¡No ronco! —declara petulantemente, incorporándose y moviéndose con dificultad para poder acomodarse sobre mí con su abultado estómago entre nosotros.

—No. No lo haces. —Coloco una mano sobre donde nuestro pequeño se encuentra creciendo y llevo la otra al cuello de la mujer sobre mí antes de enredar mis dedos en su cabello para atraer su boca a la mía.

La beso lentamente y, cuando empujo mi lengua entre sus dulces labios y ella me permite entrar, besándome de regreso con su cálida lengua deslizándose contra la mía, gimo contra su boca. Profundizo el beso, porque a pesar de que hace sólo unas horas Gaia se vistió para mí con unas prendas de lencería que me quitaron la respiración, sé que ella lucha contra las inseguridades al ver su cuerpo cambiando tan drásticamente.

Mi esposa necesita saber que aún la deseo.

Y como no hay palabras en el diccionario que puedan hacerle saber eso, se lo dejo saber todo en este beso, tomando sus labios, jugando con mis dientes. Soy lento y minucioso, disfrutando de este maravilloso momento y deleitándome con su dulce y suave sabor. Pero el beso tiene que terminar con el tiempo.

Me separo de ella y acaricio su labio inferior con mi pulgar.

—La habitación de West ya está terminada —digo a centímetros de su rostro, mirando fijamente sus sorprendentes ojos—. ¿Estás lista para ir a verla?

Cuando traga saliva y asiente enérgicamente, la sujeto con firmeza contra mi cuerpo y me pongo en pie.

—¿Ni siquiera vas a dejar que me vista? —pregunta con la risa tiñendo su voz mientras nos conduzco fuera de nuestro dormitorio.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora