GAIA.
Me despierto bruscamente y miro a mi alrededor. El vello erizado de mi nuca alertándome rápidamente que no me encuentro sola.
—¿Gideon? —Bostezo. Mi voz ronca por el sueño cuando susurro—: ¿Eres tú?
—Lo siento. No era mi intención asustarte.
Frotando mis ojos, me estiro hacia la mesita de noche para encender la lámpara y entrecierro los ojos mientras espero a que estos se acostumbren a la tenue luz.
—No lo has hecho. —Sonrío cuando lo veo apoyado contra la puerta cerrada de mi habitación; su cabello está húmedo, como si acabara de salir de la ducha. Me hago a un lado en el colchón, palmeando el espacio que acabo de crear para que venga a recostarse junto a mí—. Sabía que eras tú.
—¿Y cómo es eso? —pregunta, enderezando su espalda y alejándose de la puerta en la que había estado reclinado para tomar asiento en el borde del colchón y sacarse sus zapatillas. Se despoja de su camiseta y sus pantalones antes de subirse a mi cama y deslizarse debajo de las sábanas.
—Te sentí. —Me pongo sobre mi costado para mirarlo—. Como un cosquilleo en la piel.
—¿Un cosquilleo en la piel? —repite, girándose para enfrentarme con una mano colocada bajo su mejilla.
—Sí, como tenues fuegos artificiales bajo la piel —explico, ganándome el destello de una pequeña sonrisa a cambio—. Cuéntame tu señal.
—¿Mi señal? —Gideon simplemente me mira en la tenuemente iluminada habitación, su rostro a centímetros del mío. Cuando termina de mirarme, parpadea. Entonces, parpadea algunas veces más—. No tengo ni idea de a qué te refieres, nena.
Me deslizo un milímetro más cerca de él, arrastrando mis rodillas hacia arriba así conectan con su muslo.
—Cuando estás cerca, incluso cuando no puedo verte, se me eriza la piel. Siento como fuegos artificiales. Cada centímetro de mi piel cosquillea de placer. —Inconscientemente, lo toco entre los pectorales con mis dedos—. Ésa es mi señal; así es como sé que estás cerca.
El silencio inunda la habitación cuando su boca llena forma una línea pensativa y sus brillantes ojos plateados recorren mi rostro en la penumbra.
—Yo también siento fuegos artificiales cada vez que percibo tu presencia —admite, suave y sin esfuerzo; su aliento cálido en mi cabello—. Y cada vez que te miro o que te toco, esos fuegos artificiales van directos a mi corazón.
Esa áspera y profunda voz parece ir directamente hasta el centro de mi pecho. Y no sé por qué, pero sus palabras hacen que las lágrimas me piquen en los ojos y se forme un nudo en mi garganta cuando palabras, aire, vida, parecen atorarse en ella. Me embarga la emoción y, sin poder evitarlo, coloco una mano sobre su mejilla mientras acerco mi rostro al suyo.
ESTÁS LEYENDO
Traición
AçãoGaia Vitali sólo tenía seis años cuando sus padres la abandonaron en el bosque. Esperaban que muriera y así deshacerse de ella, pero nunca pensaron que la mafia de Calgary la encontraría y salvaría su vida. Han pasado dieciocho años y ella aún luch...