CAPÍTULO VIII

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GIDEON

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GIDEON.

Cuatro días después de haber accedido a convertirme en su instructor, la escucho tan pronto como atravieso la pesada puerta del edificio de concreto destinado para el gimnasio. Se encuentra golpeando cruel y hábilmente una pera de boxeo en la esquina más alejada a la entrada. Sus brazos se balancean con una precisión perfecta, cada embestida golpea el punto muerto de la bola provocando que esta se balancee hacia atrás.

Me quedo de pie en el umbral, observándola unos minutos, analizando y memorizando cada centímetro de su cuerpo en aquella postura ofensiva. Con su cuerpo ligeramente flexionado, los pies separados, los hombros hacia atrás y los brazos cerca de su rostro, se ve feroz.

Ardientemente feroz.

El sujetador deportivo gris se adapta a la perfección a sus pechos y sus pantalones de algodón de cintura alta abrazan suavemente sus poderosas y tonificadas piernas.

No la voy a dejar escapar nunca de mi lado. La determinación me recorre el cuerpo como si fuera un relámpago.

Camino hacia ella con el sonido rítmico de sus golpes sonando de fondo, viéndola moverse hacia los lados y lanzar puño tras puño en cuestión de nanosegundos. Inclina su cuerpo otra vez y me da una visión de su magnífica espalda mientras sigue golpeando a la pobre bolsa, haciendo que esta vuele hacia atrás y adelante.

Para cuando estoy a pocos metros de distancia puedo notar los riachuelos de sudor que se aferran a su torso; y cuando ella nota mi presencia junto a ella, detiene la bolsa con una de sus manos vendadas. Sus peculiares ojos de dos colores diferentes brillan, como lo hacen cada vez que se encuentran con los míos, cuando me detengo frente a ella.

—¿Estás lista? —pregunto, estudiando su rostro detenidamente.

—Sí —responde en voz baja. Sus manos descienden a sus costados y sus hombros caen.

No se necesita ser un genio para saber que no quiere aprender a disparar un arma y no importan las excusas que se ponga para justificarlo. Ella está rompiéndose desde que supo que tenía que unirse a las asignaciones. Se está rompiendo y no hay nada que pueda hacer para detenerlo. Cada día se rompe un poco más y la culpa de todo la tiene mi madre.

—Estás preocupada —señalo.

—Obviamente —murmura, colocando las palmas de sus manos vendadas sobre mi pecho.

Inclina su cabeza para esconder sus preciosos ojos de mí, pero coloco un dedo debajo de su barbilla y la obligo a mirarme.

—Sabes que voy a cuidar de ti.

—Eso no es lo que me preocupa.

—Entonces, ¿qué es? —cuestiono, viendo en sus ojos cómo lucha con diferentes emociones.

—Tú. Marlon, Burne, Aryeh... —Hace una pausa, frunciendo el ceño. Luego sacude la cabeza—. Incluso estoy preocupada por Zev, a pesar de que es probablemente la última persona por la que debería preocuparme. Me preocupa que...

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora