CAPÍTULO XXXIX

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GAIA

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GAIA.

—¿Cuándo fue la última vez que cortaste tu cabello?—pregunto una mañana de otoño, corriendo con mis dedos las hebras doradas que ya le rozan las cejas.

Nos encontramos en la sala de estar, rodeados del aroma de los leños de cedro seco quemándose en la chimenea, con una película del viejo oeste reproduciéndose en el televisor frente a nosotros. Estoy acurrucada a su lado en el sofá, con mis piernas enredadas con las suyas y mi cabeza descansando sobre su hombro; y debo confesar que estoy más interesada en el suave cabello de mi marido que por la televisión.

La risa retumba en su pecho cuando responde—. No lo recuerdo.

—¿Crees que pueda cortártelo? —le pregunto, y luego me apresuro a decir—: Si no quieres, eso está bien. Aunque realmente no quiero que te parezcas al yeti cuando nazca nuestro hijo.

Sonrío y acaricio su mejilla con el dorso de mi mano.

Ya he cumplido la trigésima octava semana, lo que quiere decir que West puede llegar en cualquier momento.

Gideon voltea su cabeza para darme toda su atención y me da una pequeña sonrisa.

—Me gustaría eso. —Sujeta mi mano en la suya y le da un apretón antes de ponerse en pie—. Iré en busca de unas tijeras.

Me incorporo con dificultad y camino pesadamente hacia el área de comedor con una mano debajo de mi gran estómago. Saco una silla de la mesa y la coloco en el centro de la habitación, donde el cabello puede ser fácilmente barrido.

—¿Estás segura que puedes hacer esto? —pregunta, ingresando a la habitación equipado con las tijeras, una toalla y un peine—. No es que dude de tus habilidades como peluquera, nena... pero me gustaría conservar ambas orejas.

Levanto la cabeza y le miro entrecerrando los ojos.

—Llevo mucho tiempo sin practicar —advierto, pasando la toalla por encima de sus hombros cuando toma asiento frente a mí—. Pero es imposible empeorar tu peinado, así que no te preocupes.

—Gracias por el cumplido —dice tranquilamente.

Aprieto sus hombros a modo de respuesta y tomo las tijeras de la mesa.

Uso mis dedos para peinar las sedosas hebras doradas antes de empezar a cortar. Corro mis manos a través de su grueso cabello, topándome ligeramente con mechones ondulados. El momento se siente tan íntimo y sensual que mi pulso se eleva mientras muevo mi cuerpo alrededor de él para comenzar cortando la parte delantera primero. A medida que peino su pelo, el delicioso olor de su champú invade mis sentidos. Huele a jabón pero almizclado con su masculinidad, lo que hace que mi interior se apriete con deseo.

Trabajo despacio, con cuidado, animada al verlo en paz aunque sólo sea por un momento. Cada vez que paso mi mano lentamente a lo largo de su cuero cabelludo, Gideon se estremece.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora