CAPÍTULO V

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GAIA

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GAIA.

Esa noche, en cuanto mis padres abandonaron nuestra casa y se dirigieron a la de los Silvestri, supe que había sólo una cosa que podía hacer para evitar que mi mente pensara en lo que debía de estar haciendo Gideon. Por lo que rápidamente me cambié a ropa para correr y me adentré al bosque, donde he estado durante la última hora.

Cuando mis pulmones comienzan a trabajar con esfuerzo y estoy sudando a pesar de la disminución de la temperatura, me detengo con las manos sobre mis rodillas. He superado mi mejor tiempo personal por lo que decido terminar la carrera y me dedico a hacer ejercicios de relajación, tomándome un momento para elevar mi cabeza y mirar hacia arriba. El cielo es de un increíble azul casi negro, y a pesar de las espesas nubes grises que comenzaron a congregarse en los últimos minutos, las estrellas aún brillan tintineantes y la media luna emite un suave brillo en la oscuridad del bosque. Los copos de nieve descienden como puntos gordos y gruesos que destellan en la luz de la luna como un millar de estrellas centellantes antes de transformarse en un gran manto blanco al acumularse sobre las ramas de los abetos.

Con un estremecimiento sacudiendo mi cuerpo, me pongo en marcha hacia mi casa sin apresurarme, disfrutando de la noche y de la humedad aterciopelada contra mi piel. El aire está tan quieto y el silencio es tan profundo que rápidamente quedo inmersa en el paisaje cuando me detengo frente al lago a sólo unos cuantos metros de la casa para admirar su negra superficie congelada que en la oscuridad brilla como cristales de ónix.

Sólo cuando comienzo a tiritar y mis dientes a castañar es cuando decido entrar a la casa de una vez por todas. Troto los pocos metros cubiertos de nieve que me separan del iluminado porche y una vez abro la puerta de madera me apresuro al calefaccionado interior. Como sé que no hay nadie, me desvisto en mi camino al cuarto de baño, dejando un rastro de ropa húmeda como Hansel y Gretel habían hecho con las migajas del pan.

Rápidamente abro el grifo de la ducha, impaciente por sentir el chorro de agua caliente sobre mi cuerpo, y en cuestión de segundos el cuarto de baño se llena de vapor. Sé que tendré que sacarme a la fuerza del agua porque probablemente podría permanecer allí toda la noche. Cada músculo de mi cuerpo duele.

Mientras estoy enjuagando el acondicionador de mi cabello, oigo el timbre de la puerta.

—Demonios —exclamo, cerrando el agua y saltando fuera de la ducha.

Estoy secándome el cuerpo cuando el timbre vuelve a sonar. Tomo mi bata y cubro mi cuerpo con ella antes de correr por las escaleras hasta la puerta principal, casi cayéndome cuando mi pie se enreda con los pantalones que había desechado en mi camino a la ducha.

Tiro de ella abriéndola y jadeo al ver a Gideon. Mis rodillas se debilitan cuando veo su cuerpo cubierto de sangre y suciedad. Siento que mi boca se abre, incapaz de formar palabras, mientras mi corazón late dolorosamente en mi pecho.

—Santo cielo, ¿qué ocurrió? —pregunto, abriendo la puerta más ampliamente y apartándome para dejarle entrar.

—Nos emboscaron —dice, lamiendo la sangre de un corte en su labio.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora